En los últimos días no se habla de otra cosa, incluso en ámbitos nada relacionados con el lenguaje. Resulta que la RAE, según leímos en los medios y en las redes sociales, ha vuelto a recomendar el uso de la tilde en el adverbio “solo”, contraviniendo así el consejo, incluido en su revisión de 2010, de no hacerlo.
Muchos ha celebrado como una auténtica victoria la recuperación de la tilde en el adverbio “solo” (¿o debería claudicar yo también y escribir “sólo”?). Su gran argumento –implícito o explícito– es que así lo habían aprendido en el colegio. (¿Antes o después del listado de los reyes godos…?, me pregunto).
Vale, pues esa alegría puede venirse abajo. Acabo de leer en El País, en un artículo de Vicente G. Olaya, publicado ayer mismo, 3/3/2023, que la RAE afirma no haber dado su brazo a torcer.
Escribe Olaya:
“No todo está tan claro, ni siquiera dentro de la RAE. Por la tarde, en la misma red social, Pérez-Reverte manifestó su desacuerdo con la información difundida por la Academia, en la que la institución manifestaba que lo recién aprobado no modifica la Ortografía de 2010”.
Vicente G. Olaya, El País, 3/3/2023
Y como Pérez Reverte, que es partidario de tildar el adverbio “solo”, está muy enfadado, no parece que haya duda de que la norma sigue igual. O casi igual. O sea que, en el peor de los casos, seguirá habiendo debate, por no llamarlo “guerrilla”, dentro de la RAE por la dichosa palabra.
Esperemos que al final impere el sentido común y el adverbio “solo” siga como hasta ahora, solo solísimo, sin la prescripción de la tilde. El hecho de que aquellos que la defienden argumenten “así me lo enseñaron en el colegio: con tilde cuando se trata de un adverbio y sin ella cuando es un adjetivo” es un motivo más para no ponerla. Debemos explicar a nuestros hijos en edad escolar –ahora que no están lo suficientemente contaminados por la (mala) tradición– que “solo” es una palabra tónica. Lo es siempre. Siempre. Siempre. En todas las frases. Sea adjetivo, sea adverbio, al contrario que otras combinaciones de palabras en las que el acento diacrítico tiene sentido en una de las dos palabras. No es casualidad que estas voces se pronuncien con distinto énfasis dependiendo de si aluden a una categoría gramatical u otra. «Solo», sin embargo, se pronuncia siempre igual. Por ese motivo debería quedar excluido de la norma de la tilde diacrítica: no existe y un «solo» átono y otro tónico. Así pues, el presunto prestigio que concede tildar el adverbio «solo» se basa en la arbitrariedad. No hay más.
Hablando de acentos diacríticos, veamos un ejemplo correcto con las palabras «Mi/mí».
“A mí no me digas qué debo hacer con mi dinero”. (El pronombre “mí” es palabra tónica, mientras que el adjetivo “mi” es átono. Por tanto: el pronombre recibe un golpe de voz superior, mientras que el adjetivo, no).
Y lo mismo sucede con “de” (preposición) / dé (del verbo “dar”), más (adverbio) / mas (conjunción adversativa), etc.
El argumento de que “solo” debe llevar tilde para evitar la anfibología en frases tipo “Vine solo a la fiesta”, que puede entenderse de dos formas (“Vine solamente a la fiesta” [y luego me voy], o “Vine sin compañía a la fiesta”), tampoco es convincente, pues nada hay más fácil que evitar la anfibología en una frase que modificando levemente esta. De hecho, yo mismo acabo de hacerlo al explicar los dos posibles contextos. Además, los defensores tildistas quizá se mueran sin haber leído jamás en un libro esta frase, que se usa exclusivamente como eslogan.
Además, si el asunto está en poner la tilde o no para distinguir categorías de palabras, ¿por qué no le ponemos la tilde a “libro” (sustantivo) para distinguirlo de “libro” (primera persona del singular del verbo “librar”)? O al revés, ya no sé. Ya puestos…
Y me pregunto: ¿Por qué si la razón juega a favor de no tildar “solo” jamás, y además simplifica el lenguaje de manera acertada, hemos de complicarnos la vida y tildarla? Como corrector de estilo estoy harto de corregir a autores que yerran en un mismo manuscrito al escribir “solo/sólo”. La tildan unas veces sí y otras no, indistintamente de si son adjetivos o adverbios.
Si siguieran a la RAE desde 2010 y no tildaran “solo” jamás, siempre acertarían. Pero, como decía la canción, antes muerto que sencillo.
Este asunto, que parece banal, merecería un ensayo sesudo. A mí al menos me resulta paradójico que los que se postulan como rebeldes gramaticales lo hagan impulsados por la tradición.
En algo estoy de acuerdo con ellos: La RAE ha metido la pata. Pero no por recomendarnos en 2010 que no tildemos “solo”, sino por haber recomendado que lo hagamos durante décadas, pese a que en fecha tan remota como 1952 el académico Julio Casares previno de lo injustificado de tildar “solo”, pues en caso de anfibología podría usarse “solamente”.
Pero, por otra parte, si los académicos hubieran hecho caso a Casares, tan sabio, tan racional, no podríamos estar ahora debatiendo acaloradamente sobre esta puñetera palabra. Y lo que más le gusta al español de a pie es la eterna existencia de las dos Españas. Ahora tenemos la España tildista y la España antitildista. ¡Preparen las cimitarras!
Mientras tanto, seguiré escribiendo el adverbio “solo” sin tilde, incluso aunque los académicos acaben por darle la razón (aunque no la tenga) a Pérez-Reverte.
A mí no me importaría quedarme solo ante el peligro. Es decir: No me importaría quedarme sin compañía ante el peligro, y no me importaría tampoco quedarme solamente ante el peligro, y luego marcharme con mis rivales –y aun así amigos– solotildistas a esa fiesta anfibológica de la que siempre hablan.
Francisco Rodríguez Criado, escritor, corrector de estilo y antitildista
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Francisco
Rodríguez Criado
Escritor y corrector de estilo profesional
