Tras dejar a los niños en la guardería, esta mañana –en vez de marcharme a casa, como suelo hacer– he entrado en una cafetería del barrio para desayunar. Aprovechando que había varias mesas libres, me he dado el lujo de escoger una que tenía, junto al servilletero, la última edición EL CULTURAL, del diario El Mundo.
Me ha recordado, mientras desayunaba tranquilamente al tiempo que me empapaba de las novedades literarias y leía algunos cuentos de autores mimados por el establishment, aquellos días en los que realmente yo no tenía nada mejor que hacer que desayunar con tranquilidad y leer suplementos culturales (además de libros, muchos libros).