¿Qué pensaríamos de unos novios que, pudiendo llegar a tiempo a la iglesia, remolonean y acuden dos minutos después de que se haya marchado el cura, cansado de esperar? Efectivamente, pensaríamos que tenían pocas ganas de casarse.
Es lo que ha ocurrido con David de Gea: ni el Manchester tenía interés en traspasarlo ni el Real Madrid en ficharlo a estas alturas de la temporada (podrá hacerlo dentro de unos meses sin pagar la cláusula de rescisión). El portero madrileño ha sido la víctima inocente de uno de los sucesos más bochornosos, en cuanto a traspasos se refiere, que recordamos los aficionados al fútbol. ¿Cómo podríamos catalogar, si no, este fichaje –más bien no fichaje– con el que la prensa deportiva nos ha bombardeado durante todo el verano? ¿Era necesario esperar hasta el último minuto –y dos más– para llevar a cabo ese matrimonio deportivo? Ya digo: bochornoso.