Es moneda corriente la creencia de que podar un buen puñado de palabras supone un digno ejercicio literario y una norma muy productiva para mejorar el estilo de nuestros escritos. Lo he oído hasta la saciedad: en talleres literarios, en presentaciones de libros, en artículos sobre corrección o sobre creación literaria, en entrevistas a escritores, etcétera. Me cuesta refrenar un mohín de rechazo cuando escucho o leo afirmaciones tan tajantes como “recortar es perfeccionar”, y no porque esté en contra de este postulado, sino por la ausencia de matices. En estos casos no puedo evitar pensar en otra verdad a medias, igual de manida: “beber agua en grandes cantidades adelgaza”. Pues depende: si uno bebe dos litros y medio de agua diarios, pero al mismo tiempo se atiborra a comer dulces, es dudoso que llegue a adelgazar.
En principio, aligerar un texto de información redundante, limarlo de asperezas lingüísticas o sanearlo de una adjetivación excesiva se antojan fórmulas condenadas al éxito. El asunto está en saber detectar cuál es la información redundante, cuáles son las asperezas lingüísticas y cuáles los adjetivos que sobran.
A Borges le preguntaron qué opinaba sobre Cien años de soledad, de García Márquez, y dijo, muy rotundo, que a la novela le sobraban cincuenta años. Esta maldad –como todas las suyas– es ocurrente e incluso divertida, pero sospechamos que el escritor argentino se equivocaba: si redujéramos a la mitad la extensión de Cien años de soledad, me temo que perderíamos la esencia de la que está considerada por millones de personas una de las mejores novelas del siglo XX. (¿Se podría aligerar la onda expansiva de la prosa del Gabo y reducirla a su mínima expresión? Sí, claro. La pregunta es: para qué).
En fin, no creo que eliminar per se un puñado de palabras nos conviertan en mejores escritores. Lo que sí nos convierte en mejores escritores no es usar compulsivamente el rotulador rojo o la tijera, sino eliminar aquello que no deberíamos haber escrito y, ojo, también añadir aquello que sí deberíamos haber escrito. Es posible que tengamos que añadir información necesaria, alargar ciertas frases para evitar un estilo telegráfico no deseado o inyectarle adjetivos al texto para ganar colorido.
Acepto, pues, que algunos borradores son árboles frondosos cuyas ramas muertas conviene podar, pero en otras ocasiones urge hacer lo contrario: plantar semillas.
Enfrentarse a la corrección de un manuscrito que aún no hemos leído con la idea preconcebida de que hay que eliminar, pongamos, mil palabras es un prejuicio como otro cualquiera. Un texto debe mantener el peso ideal. La anorexia y la bulimia textuales son contraproducentes, y ninguna de ellas nos hace por norma mejores escritores.
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¡Nos vemos en el siguiente post sobre corrección de estilo! ¡No te pierdas los posts anteriores!
Francisco Rodríguez Criado es escritor, corrector de estilo y editor de varios blogs enfocados a la literatura y el lenguaje (Corrección y Estilo, Grandes Libros, Narrativa Breve, Escribir y Corregir, Corrector Literario…).
No se a quien agradecer por encontrar esta pagina, a mi amigo Remy , quien me la envio o a mi sed de busqueda de estos temas, lo que si tengo claro es que,agradezco a Francisco Rodriguez por dar y darse, al hacernos llegar sus articulos,cargados de buena intencion, los cuales pueden ser solo una brizna para algunos y, un gran arbol para otros, para mi. Gracias otra vez!
Gracias, Ana, por tu apoyo.
Saludos
En los talleres literarios, por la falta de tiempo, nos obligan a escribir corto.
Gracias por escribir estas cosas que arrojan luz sobre algo tan oscuro como el andar podando textos.