LAS ENTREVISTAS DE CORRECCIÓN Y ESTILO
Juan Ramón Santos
Aire de familia (La isla de Siltolá, 2016)
Por Francisco Rodríguez Criado
Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) es autor de los libros de relatos Cortometrajes (Editora Regional de Extremadura, 2004), El Círculo de Viena (Llibros del Pexe, 2005), Cuaderno escolar (Editora Regional de Extremadura, 2009), y Palabras menores (De la luna libros, 2011) así como de las novelas Biblia apócrifa de Aracia (Del Oeste Ediciones, 2010) y El tesoro de la isla (De la luna libros, 2015). Ha colaborado, además, en diversas antologías, entre ellas Relatos relámpago (Editora Regional de Extremadura, 2007) y Por favor, sea breve 2 (Páginas de Espuma, 2009).
Con los libros Cortometrajes y Cuaderno escolar resultó finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España en sus ediciones de 2005 y 2009.
Dio el salto a la poesía con Cicerone (De la luna libros, 2014), al que sigue su última publicación, Aire de familia (La isla de Siltolá, 2016).
Desde hace diciembre de 2015 es el nuevo presidente de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX).
Hoy conversamos con él para saber algunos detalles sobre Aire de familia.
Francisco Rodríguez Criado.: Mientras leía Aire de familia mi hijo Mario, que acaba de cumplir un año y al que todo le fascina –cualquier pequeño objeto es promesa de una gran aventura– no paraba de importunarme, hasta el punto de que ha llegado a arrancarme el libro de las manos en un par de ocasiones. Rescatar la conexión entre esta anécdota con mi hijo y el contenido de tu poemario tiene sentido a la hora de ilustrar que los hijos todo lo trastocan, incluso el sencillo acto de leer un libro. ¿Qué es más difícil: ser padre o ser escritor?
Juan Ramón Santos: A mí también me ha arrancado mi hija libros de las manos en más de una ocasión. Se ve que los consideran una especie de competidor, un objeto extraño, absurdo, que les roba instantes de atención paterna… Lo difícil, Fran, es responderte. Es broma: nunca me he planteado ni la escritura ni la paternidad en términos de dificultad, menos aún de dificultad comparada. Supongo que en realidad ser padre es más difícil que ser escritor, aunque sólo sea por la responsabilidad que supone: uno puede dejar de escribir, porque el asunto de pronto se le hace muy cuesta arriba, y no va a pasar nada, seguramente nadie, o casi nadie, lo eche de menos, pero uno no puede dejar de ser padre así, por las buenas, ni siquiera una temporada, porque entonces una o varias personitas lo van a pasar mal, incluso, diría yo (aunque es un territorio que ni tú y yo hemos explorado aún), cuando esas personitas se conviertan en personas y crean que ya no te necesitan. De tu buen hacer como padre depende el bienestar de otra gente y eso hace, supongo, que la tarea sea más seria y complicada.
F.R.C.: Aun siendo poesía, Aire de familia se lee casi como una novela o como un relato largo. El libro narra el acontecimiento de la paternidad visto desde el punto de vista del padre (y en segundo plano de la madre): el miedo a que el bebé nazca con malformaciones, el intento imposible de encontrarle el nombre adecuado, la tarea de prepararle la habitación, el momento de coger por primera vez al bebé… Tengo curiosidad por saber cuándo escribiste estos poemas. ¿Es Aire de familia un poemario escrito a posteriori de los acontecimientos que narra o bien fue concebido “a tiempo real”, por así decirlo, para dejar constancia de los sucesos vividos?
J.R.S.: En buena medida se escribieron en “tiempo real”, al menos el primer borrador (del que a veces tan poco acaba quedando al final). De hecho, sobre todo en el caso de la primera parte, “Preparación al parto”, los poemas surgieron como consecuencia de un fracaso, del de intentar escribir una especie de diario del embarazo que sirviese para que mi hija (o mi hijo, porque cuando comencé no sabía aún si sería niño o niña) pudiera saber un día cómo habíamos vivido su madre y yo ese tiempo de espera. El diario no prosperó, porque no todos los días encontraba tiempo suficiente para escribir, pero también porque no acababa de funcionar, porque notaba que no servía para contar lo que yo quería contar, y por unas razones y otras acabó quedando a medias. Sin embargo, un día, casi como un experimento, escribí un poema (no recuerdo si fue “Un nombre” o “Anunciación”) y vi que la cosa funcionaba, que de repente expresaba, de manera intensa y condensada, mucho más que todas las entradas del diario que había andado anotando, y eso me animó a seguir trabajando en esa línea hasta conseguir, poco a poco, una primera versión de lo que luego sería “Aire de familia”.
F.R.C.: Tengo la percepción de que la paternidad no está lo suficientemente explorada por los escritores varones. Pero ahora que los padres se implican más en la crianza de los hijos (cuando yo era niño, sin ir más lejos, se veía más como una tarea casi exclusiva de las madres), ¿crees que los escritores varones van a atreverse a tratar más este tema?
J.R.S.: El curso pasado visitó el Aula de Literatura de Plasencia la escritora Laura Freixas y, hablando de su obra, sobre todo de la antología “Madres e hijas” y de “Una vida subterránea”, los diarios publicados por Errata Naturae, recuerdo que comentó que mientras que la paternidad había sido objeto de tratamiento literario en muchas ocasiones, la maternidad no estaba lo suficientemente desarrollada, que no había sido lo suficientemente abordada por la Literatura. Sin duda tenía razón, pero también creo que el tipo de relación paternofilial que más se ha tratado en la Literatura (o, por lo menos, la más trillada) es, casi, de derecho civil, de derecho sucesorio, la de esas novelas del diecinueve en las que el padre es un burgués que desea que su hijo mantenga y acreciente la fortuna familiar o alguien de extracción humilde que confía en que su hijo medre y saque al clan de la pobreza, mientras que los sentimientos, la parte, podríamos decir, más femenina, o maternal, de la paternidad todavía no ha sido, como tú bien dices, explorada lo bastante. Obviamente, se ha producido un cambio en los hábitos sociales y en la crianza: las mujeres se han incorporado al mundo laboral, los hombres se han visto obligados a hacerse cargo (seguro que no siempre en la medida suficiente) de la casa, de la comida, de los hijos, logrando con ellos una intimidad que antes no conocían, y esa proximidad ha modificado esa relación, yo diría que para bien, y es sin duda el punto de partida para que el tema comience a ser más tratado desde la escritura.
F.R.C.: Para explicar el amor, las dudas, la incertidumbre ante el nacimiento de un nuevo hijo, ¿qué género se adapta mejor, la poesía o la narrativa?
J.R.S.: Como te he dicho, en mi caso concreto, que además es el de un narrador, sentí de repente que la poesía daba cuenta mejor de todas esas dudas, esperanzas e incertidumbres del embarazo, pero no me cabe ninguna duda de que la narrativa, de ficción o no ficción, puede servir perfectamente para contar lo mismo, de otra manera, desde luego, pero con el mismo o muy parecido resultado. De hecho, tú mismo lo has demostrado magníficamente hace muy poco con El diario Down…
F.R.C.: Últimamente se debate con frecuencia si existe la literatura para mujeres. Leyendo Aire de familia me preguntaba si acaso sería este libro una suerte de manual para padres primerizos, pasado, eso sí, por el filtro literario… ¿O es tal vez, teniendo en cuenta que las madres son más proclives a hablar de los hijos que los hombres, un libro maternal para hombres?
J.R.S.: Lo primero es que no creo que haya literatura para hombres y literatura para mujeres. Lo que sí hay, desde luego, son libros para mujeres y libros para hombres, lo mismo que hay libros para niños, para señoras mayores, para jardineros o para amantes del fútbol (y no los hay para perros porque los perros no saben leer), pero con esto estamos hablando de estrategias comerciales, no de literatura…
Cuando escribo no suelo pensar en los lectores. Escribo pensando fundamentalmente en mí, en hacer lo que a mí me gusta con la esperanza de que quizá le pueda gustar también luego a otro. El caso de Aire de familia es distinto, porque fue escrito pensando, sobre todo, en mi hija, en esa hija (o hijo) que aún estaba por nacer, y también, por supuesto, en mi mujer, con la intención de dejar constancia de un tiempo que, como pasa siempre con el tiempo, se nos escapaba a toda prisa de las manos. Luego, al hacerlo público, uno espera que esos sentimientos, que esas anécdotas que son, claro, las suyas, le puedan servir también, de algún modo, a otro, que quien lo lea pueda sentirse reconocido, y conmovido. Más allá de mi mujer y mi hija el libro no tendría, de entrada, un destinatario concreto, aunque voy a adoptar eso que dices de que es un libro maternal para hombres porque tengo la sensación de que siempre acabo recayendo en ese tipo de contradicciones: de hecho, de mi anterior libro, El tesoro de la isla, siempre he dicho que es una especie de novela juvenil para adultos…
F.R.C.: Después de tu faceta como narrador, ¿qué te impulsó a escribir poesía?
J.R.S.: Aparte de lo que ya te he contado, de esa sensación de que, en el caso del nacimiento de mi hija, con la prosa no conseguía (al menos en ese momento) lo que buscaba, en el cambio hubo también, mucho, de experimentación, de tratar de decir las cosas de otra manera, de probar, de repente, a hacer versos.
F.R.C.: Háblanos un poco de la editorial (La isla de Siltolá), por favor. Cómo fue el proceso de presentar tu manuscrito a una editorial con la que nunca habías publicado antes.
J.R.S.: No había publicado antes, pero la sentía, de entrada, como una editorial cercana. En ella habían publicado ya amigos como Álvaro Valverde, Álex Chico, Víctor Martín Iglesias o Víctor Peña Dacosta, además de otros muchos escritores extremeños a los que conozco, y eso me daba, de entrada, una cierta confianza. Le hice llegar al editor, el poeta Javier Sánchez Menéndez, el manuscrito a través de uno de estos amigos, Víctor Peña (que también fue uno de los primeros lectores del libro), y no tardó en responder aceptando, y a partir de ese momento las cosas se desarrollaron con una celeridad y una eficacia sorprendentes, o quizá no tan sorprendentes, bien vistas las cosas, porque sólo trabajando de esa forma es posible desarrollar una labor de difusión de la literatura (sobre todo de la poesía, pero también de la narrativa, el ensayo o el aforismo), tan intensa como la que están llevando a cabo desde Sevilla.
F.R.C.: ¿En qué se diferencia el proceso de creación de Aire de familia respecto a tus libros narrativos (Cuaderno escolar, Biblia apócrifa de Aracia, Cortometrajes…)? Y sobre las correcciones, ¿las dejas para el final o vas trabajando en ellas al tiempo que redactas el primer borrador?
J.R.S.: La escritura de poemas, al menos en mi caso, se parece a la de microrrelatos. Nada tiene que ver, por ejemplo, con sentarse a escribir relatos convencionales o novelas. Los relatos y las novelas precisan de planificación, en un grado que puede variar dependiendo del autor y su forma de trabajo, pero que implica, como poco, la perspectiva de emprender un trayecto de largo recorrido que lleva consigo dedicación y muchas horas de trabajo. La poesía (y la micronarrativa) también suponen dedicación, y mucho trabajo, pero organizado de una forma diferente: uno comienza rumiando una idea, que puede ser vaga o puede adoptar, desde el principio, la forma de un verso, y llega un punto en que uno se sienta a trabajar y brota, podríamos decir que de golpe, de forma bastante inmediata, la primera versión de lo que acabará siendo el poema, una versión sobre la que, desde luego, hay que trabajar mucho, sobre la que hay que volver muchas veces, que hay que corregir muchas veces o reescribir, incluso, muchas veces, pero dejando, entre medias, intervalos de tiempo en los que uno puede dedicarse a otra cosa, a escribir otros poemas, relatos, novelas, presentaciones de libros… Lo que me ha sucedido, al menos hasta ahora, con los poemas (sobre todo, seguramente, porque mis libros de poemas son, en buena medida, temáticos), es que, al igual que cuando escribía microrrelato, cuando reúno cuatro, cinco o seis textos que me interesan empiezo a vislumbrar la posibilidad de un libro. De hecho, la versión más primitiva de Aire de familia fue una breve colección de poemas, Preparación al parto, integrada por nueve poemas que recorrían, de algún modo, los nueve meses de embarazo, pero enseguida vi la posibilidad de añadirles un poema introductorio, a modo de “Introducción”, y un epílogo que acabó convirtiéndose en interludio, porque después de nacer mi hija, al cabo del tiempo, comenzaron a surgir otros poemas que, a modo de instantáneas, iban retratando sus primeros meses y años de vida, hasta completar ese “Álbum de fotos” que es hoy la segunda parte del libro.
Por lo que respecta al proceso de corrección, en mi caso es continuo, escriba lo que escriba. No puedo evitar la necesidad de corregir casi desde el principio, lo que a veces se convierte en un lastre: a veces me gustaría poder, como otros escritores, escribir y escribir sin parar, sin corregir, acumular material para luego ir descartando, recortando, corrigiendo, retocando… Me resulta casi imposible, y eso, aparte de hacer muy moroso el proceso de escritura, tiene otro inconveniente, que luego resulta más complicado desprenderse de textos que no sirven, por el apego que llegas a tenerles de tanto trabajar con ellos, pero también porque formalmente pueden haber llegado a ser buenos textos aunque dentro del conjunto luego no funcionen.
F.R.C.: Como presidente de la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), ¿cuál es el principal desafío al que tienes que hacer cara?
J.R.S.: Pues yo creo que los desafíos principales son dos, que van, además, de la mano, por un lado, revitalizar la asociación, que se ha visto obligada a retraerse, a reducir sus actividades, por el recorte económico que, como todo el mundo, ha sufrido estos años, y, por otro, abrirla a los nuevos escritores extremeños, a la gente que ha comenzado a publicar en estos últimos ocho o diez años, a la que la AEEX le resulta, quizá, demasiado ajena, pero que es, en definitiva, quien debería tomar el relevo, a medio plazo, de este proyecto que lleva ya más de treinta años de existencia y que yo creo que sigue siendo importante para la región y para sus escritores.
F.R.C.: El poeta Álvaro Valderde (que, al igual que tú, fue también presidente de la Asociación de Escritores Extremeños) habló en cierta ocasión, en el buen sentido de la palabra, de la “plaga lírica” que invade Plasencia (y supongo que también otras poblaciones extremeñas). Quisiera saber si esa afluencia de poetas extremeños está dando grandes nombres a la poesía de nuestra región.
J.R.S.: Me alegro de que no me preguntes por las razones de la ya famosa “plaga lírica placentina” porque en realidad soy incapaz de descubrir sus razones íntimas (me debería sentar a escribir sobre ello, porque seguro que me aclararía muchas cosas, y quizá podría servir como punto de partida para un buen ensayo sobre mi ciudad, sobre qué es en realidad Plasencia). También me siento incapaz de valorar si el fenómeno está dando o no ya esos grandes nombres de los que hablas. Primero, porque no me considero con criterio para decidir qué es y qué no es bueno y grande en ese ámbito y segundo, porque estas cosas en realidad es el tiempo el que las decide. Lo que sí se me viene a la cabeza es una frase del escritor Jesús Alviz que solía mencionar Gonzalo Hidalgo Bayal en su taller literario en la Universidad Popular de Plasencia y que venía a decir que el fuego de la cultura necesita mucha hojarasca para alimentarse. La inmensa mayoría de los que escribimos no somos más que eso, hojarasca, pero quiero pensar que con tanta hojarasca, con tanto alimento, al final tienen que salir cosas buenas, realmente interesantes, de las llamas.
F.R.C.: Y, ya para terminar, ¿puedes recomendarnos un poema para la sección 1001 poemas?
J.R.S.: Ya os recomendé uno hace algún tiempo, el número 20, “A la hora de poner la mesa éramos cinco”, de José Luís Peixoto, que tiene, además, con mi último libro, un cierto “aire de familia”. No conviene abusar ni recomendar de más. Me vuelvo a quedar con ese.
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