LAS ENTREVISTAS DE CORRECCIÓN Y ESTILO
Emilio Gavilanes
Autorretrato (Punto de Vista, 2015)
Por Francisco Rodríguez Criado
Emilio Gavilanes es escritor y trabaja como lexicógrafo en la Real Academia Española. Es autor de los libros de relatos La tabla del dos (Premio NH 2004 al mejor libro de relatos inédito) y El río (2005; finalista ese año del Premio Setenil), y de las novelas La primera aventura (1991), El bosque perdido (2001), Una gota de ámbar (2007) y Breve enciclopedia de la infancia (premio Tiflos de novela 2014). Cultiva la escritura de haikus, como ha dejado constancia en Salta del agua un pez (2011) y en El gran silencio (2014), y ha preparado además la edición de la obra de Camilo Bargiela Luciérnagas (2009).
En 2011 publicó en Menoscuarto el libro de relatos El reino de la nada y, cuatro años después, Historia secreta del mundo, en la editorial madrileña La Discreta. Este libro ha merecido el último premio Premio Setenil concedido hasta la fecha.
Hoy hablamos con Emilio Gavilanes sobre su último libro, Autorretrato, publicado en versión digital en Punto de Vista, editorial que dirige José Luis Ibáñez Salas.
Francisco Rodríguez Criado: Autorretrato contiene 48 piezas narrativas de diversa extensión (microrrelatos, cuentos cortos, cuentos largos…), sin duda un buen escaparate de tu quehacer literario. ¿Cuál fue el proceso de escritura y de selección de los textos?
Emilio Gavilanes: En este libro hay textos escritos a lo largo de muchos años. Están algunos de los primeros que escribí, hace más de treinta años, y algunos de los últimos, hace solo meses. El objetivo era presentar textos lo más variados posible. Una especie de compendio de todo lo que he escrito, con alguna incursión a lugares inexplorados.
F.R.C.: La palabra autorretrato sugiere que las narraciones podrían ser autobiográficas, pero ya sabemos que la creación literaria permite pasar por autobiográficas obras que no lo son, y viceversa. ¿Autorretrato es un libro autobiográfico? Y si no lo es, ¿por qué elegiste ese título?
E.G.: Todo libro de ficción es autobiográfico, aunque sea de manera involuntaria. Hasta la sintaxis de lo que escribes dice mucho de ti. El libro se titula Autorretrato, no solo porque contiene un texto con ese mismo título (en el que, por cierto, lo que más me importaba era, por encima de la forma y del contenido, el tono), sino sobre todo porque dibuja un mapa de mis territorios más queridos: el de la infancia y la adolescencia (con varias muestras de la ética que los caracteriza), el de aspectos ignorados o desatendidos de la Historia (con episodios que se revelan tan significativos como los más conocidos y que pueden arrojar tanta luz como estos, no solo sobre una época, sino sobre nuestro lugar en el mundo), el de las historias que se desarrollan en una aldea imaginaria (que quieren mostrar cómo el mundo rural encierra la misma complejidad que el urbano), el de los personajes actuales que muestran preocupaciones de todos los tiempos… Muchas de las historias están contadas en primera persona y mezclan recuerdos verdaderos y falsos recuerdos. Eso crea una cierta atmósfera confesional y, aunque el libro sea ficción, hace que dibuje un mapa bastante completo de mis intereses y preocupaciones. Es en ese sentido en el que el libro es un autorretrato.
F.R.C.: En uno de los cuentos, “Las cosas de la infancia”, narras las vivencias de un grupo de niños que acude al cine, y a la salida descubren que uno de ellos tiene la capacidad de contarles la película que todos han visto, pero enriquecida con una serie de matices y apreciaciones. Como esta circunstancia se repite, los chicos optan por no ver las películas y esperar a que el tal Saldaña –pues ese era su apellido– se las cuente.
Reproduzco un fragmento:
“La historia se repitió varios sábados. Al principio nos explicaba lo que habíamos visto. Pero llegó un momento en que nos contaba lo que habíamos visto. Incluso hubo un día en que, en plena película, alguien le preguntó qué estábamos viendo, como si fuéramos ciegos”.
¿Podría ser el tal Saldaña (a quienes sus compañeros acabaron por comprarle la entrada del cine, para que pudiera ir a ver la película y luego contársela a ellos) una metáfora del escritor? ¿Es la función de la literatura contarle al lector algo de la realidad que a este pudiera habérsele escapado? ¿Se escribe y se lee tal vez para contrastar si hemos visto la misma película?
E.G.: Exactamente, ese personaje es una metáfora del escritor. Para mí el objetivo de un cuento es hacer visibles cosas invisibles, o hacer cosas que no se ven. Proporcionar revelaciones. Hacer ver que muchas de las cosas que están ahí, realmente son otras cosas. También, demostrar que en la nada hay algo.
F.R.C.: El otro día leí un artículo titulado “All the Stories are The Same”. La teoría del autor (que no es nueva) es que todas las historias, desde que el hombre comenzó a narrar, son la misma historia. ¿Estás de acuerdo?
E.G.: Eso se puede decir de muchos fenómenos con manifestaciones variadas. Como cuando se oye: Todos los partidos políticos son iguales. Pues sí. Pero no. Las pequeñas diferencias son muy grandes. De la misma forma, podríamos decir: Yo soy tú pero con unas pequeñas diferencias. Sí, claro. Pero no. Yo no lo creo. A mí me parece que hay muy pocos símbolos o metáforas esenciales (el tiempo, el amor, el miedo, la literatura…) que se pueden combinar para crear muchas historias. Además ¿de qué me serviría que me demostraran que novelas tan distintas como Moonfleet y Miguel Street, por ejemplo, son en el fondo la misma historia? No cambiaría nada lo que disfrutamos con ellas, o lo que nos disgustan. Incluso dos historias tan “iguales” como Kim de la India y Huckleberry Finn son en el fondo muy distintas. Casi diría lo contrario de lo que dice ese autor. Todas las historias, hasta las más parecidas, son siempre diferentes.
F.R.C.: En uno de los cuentos, “Las flores imaginarias y la calavera de Goya”, el narrador relata en primera persona que se hizo cargo de la librería que tenía la Real Academia Española, un puesto que le llegó de la mano de Alonso Vicente Zamora. ¿Realmente conociste al eminente filólogo? Si es así, ¿qué recuerdos tienes de él, aparte de las pinceladas que das en el cuento?
E.G.: Sí, lo conocí. Don Alonso, como se le llamaba en la Academia, era un personaje maravilloso. Yo entré con una beca de IBM para informatizar los ficheros académicos. Una mañana estaba frente al ordenador cuando una voz de alguien que se había acercado en silencio, sin que yo me diera cuenta, me sobresaltó: “¿Qué hace usted, joven?” Me hizo un breve interrogatorio y cuando supo que yo había estudiado Filología Románica me dijo: “Entonces le habrá dado clase el profesor Zamora Vicente”. Le miré y le dije: “Zamora Vicente es usted” y eso a él le hizo una gracia loca. Desde entonces, todas las mañanas se acercaba para interesarse por lo que hacía. Don Alonso no era nada académico, nada convencional (a veces, en medio de una conversación, se ponía a cantar una cancioncilla popular, o te recitaba una coplilla de Lope). Siempre estaba haciendo bromas. Le interesaba mucho lo que opinaban los más jóvenes de sus novelas y de sus cuentos. Y estaba de vuelta del mundo oficial. Por encima de su sabiduría (porque sabía de todo y había conocido a todo el mundo) y de su simpatía, yo resaltaría que era una buena persona.

F.R.C.: ¿Crees que la corrección del texto literario es imprescindible o, por el contrario, podemos pasar por alto, como opinan algunos, cierto descuido formal si el contenido es bueno?
E.G.: Yo creo que van unidos. El buen contenido no es independiente de la forma. El descuido formal echa a perder el buen contenido.
F.R.C.: ¿Cómo compaginas la redacción de un cuento con su corrección? ¿Escribes primero el cuento y luego lo corriges o haces ambas cosas a la vez?
E.G.: Escribo todo lo cuidadosamente que puedo cada texto. Después lo guardo hasta que lo olvido. Cuando lo vuelvo a leer no recuerdo prácticamente nada y es como si no fuera mío. Entonces es muy fácil corregirlo. A veces esa corrección consiste en descartarlo entero. De todos modos, siempre que leo un texto mío encuentro algo mejorable. Pase el tiempo que pase, cinco años o unas horas, siempre lo retoco. Lo corrijo una y otra vez, cada vez que paso por él.
F.R.C.: Hace algunos meses ganaste el Premio Setenil con Historia secreta del mundo (La Discreta, 2015), y ya habías quedado finalista, diez años antes, con El río. Este premio tiene por objeto destacar cuál es, en opinión del jurado, el mejor libro del año. Todos los ganadores tenéis un banco con una placa en el Paseo de Rosales de Molina de Segura, cuyo ayuntamiento se encarga de organizar el premio. ¿Qué cuentistas, no necesariamente españoles, sentarías en el banco de tu predilecciones literarias?
E.G.: Los primeros cuentos que me impactaron (tal vez los que más me han impactado en mi vida) fueron los de Jack London. Cuentos extraordinarios, que sigo recordando. También me parecen muy buenos los de Hemingway, quizá los mejores del siglo XX. Chejov, naturalmente. Pero Chejov es muy irregular. Junto a cuentos insuperables hay cuentos peor que medianos. Y eso no ocurre nunca con Hemingway. En español, sentaría en ese banco a Cunqueiro, a García Pavón, a Jiménez Lozano y a Merino. De todos modos, necesitaría muchos bancos para sentar a todos los escritores de los que he leído cuentos maravillosos, inolvidables: Poe, Ambrose Bierce, Stephen Crane, O’Henry, Salinger, Truman Capote, Carver, Kipling, Conrad, Saki, Roald Dahl, Wells, Turgueniev, Isak Babel, Hoffman, Kleist, Hauff, Isak Dinesen, Bashevis Singer, Mrozek, Cortázar, García Márquez, Julio Ramón Ribeyro, Horacio Quiroga, Marco Denevi, Abelardo Castillo, Carpentier, Miguel Torga, Dino Buzzati, Fernández Flórez, Aldecoa…
F.R.C.: Trabajas como lexicógrafo en la Real Academia Española. ¿Podrías explicarnos un poco en qué consiste tu trabajo?
E.G.: Ahora mismo estoy trabajando en el Diccionario del español jurídico, que está a punto de salir, el primer diccionario que recoge todo el léxico jurídico, un trabajo muy interesante. También asisto a una de las comisiones del diccionario usual. Este trabajo consiste en elaborar listas con adiciones de voces o de acepciones, a veces con supresiones, o con enmiendas, a la última edición, que los académicos de cada comisión estudian y valoran, aprueban o rechazan.
Agradecemos a Emilio Gavilanes que nos haya respondido a estas preguntas y le deseamos mucha suerte en su carrera literaria.
Coda: Emilio Gavilanes participó en una encuesta que realicé entre escritores, libreros, profesores, correctores, etcétera. Yo quería saber si en su opinión un profesor de universidad debería suspender el examen a quien escribe muchas faltas de ortografía. Eso es lo que Emilio respondió (respuesta 24).
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