La idea que pretendo transmitir en este post es la siguiente: Hablando se entiende la gente. Y el corrector y el autor no pueden ser una excepción.
Una vez que el autor acepta el presupuesto y le envía el manuscrito al corrector, debe abrirse, por así decirlo, una ronda de consultas para aclarar ciertos asuntos. El corrector no puede olvidarse del autor y embarcarse en la corrección sin contar con él. Si ese diálogo no se establece, podrían surgir al final ciertas desavenencias que no agradarán a ninguno de los dos.
Así pues, lo mejor es hablar –e incluso platicar, si fuera necesario– desde el principio. El corrector querrá contar con cierta información antes de meterle mano al manuscrito… Querrá saber, por ejemplo, si el autor:
–Sigue o no los consejos de la RAE en cuanto a omitir la tilde en solo (cuando es adverbio) y en los pronombres demostrativos (este, ese, aquel, esta, esa, aquella…).
–Acepta o no la recomendación de la RAE de no tildar palabras como guion, truhan, fie, liais…
–Pretende mantener determinados vocablos comunes solo a ciertos países latinoamericanos o si prefiere que el corrector los sustituya por otros propios del castellano internacional.
–Desea mantener las comillas inglesas (“ ”) o si quiere que el corrector las cambie por las latinas (« »). O viceversa.
–Etcétera.
Estas son solo algunas de las consultas que un corrector puede hacerle al autor del manuscrito. Porque si luego el autor va a optar por no seguir ciertas normas académicas y va a rechazar ciertas modificaciones sugeridas por el corrector, ¿de qué servirían esas correcciones sino para perder el tiempo?
Alguno se preguntará si el corrector debe transigir y no realizar ciertas correcciones que considera necesarias. Pero ¿qué otra cosa puede hacer? Al fin y al cabo, el manuscrito no es suyo. Este es uno de los motivos por los que, como ya expliqué en su momento, no creo que el corrector deba aparecer forzosamente en los créditos del libro. Aunque, como digo, hablando se entiende la gente. También para esto.
En fin, el diálogo entre ambas partes es inevitable. Hay que hablar al principio, durante y al final de la corrección. Es lo que hay.
Y entonces, ¿cuánto tiempo hay que echarle a una corrección si además del trabajo propiamente dicho, hay que mantener una línea de diálogo con el autor? Mucho tiempo. Entre las consultas, la corrección y la argumentación de estas, las horas pasan volando. El oficio de corrector da muchas satisfacciones, pero la rentabilidad económica no es una de ellas.
Pero esa es otra historia. :–)
muy elocuente ,gracias ; dejo avisorar un mundo ignorado por mi ;gracias