Durante mis años de corrector de estilo en las editoriales y periódicos más prestigiosos del país, siempre me destaqué por no dejar pasar ni un pequeño desliz gramatical, por muy intencional que fuera, sin exigir una defensa contundente de la expresión.
Si se trataba de un giro redundante, el autor debía explicar a mi entera satisfacción el énfasis coloquial y su utilidad retórica, así como su impacto mediático.
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