Obama se ha sumado al juego del “dilo de otra manera” y pretende subirles los impuestos no a los ricos sino a las “personas de éxito”. Esta moda de emplear nuevas palabras para evitar llamar a las cosas por su nombre no es solo cosa de políticos. Ya no hay cocineros sino restauradores, no son psicólogos de empresa sino coachers, no son peluqueros sino estilistas. El corrector de textos se ha convertido en asesor literario, los informes en briefings, los vinos en caldos. Despedimos los autorretratos chusqueros para darle la bienvenida al selfie. Ya no llevamos a cabo un proyecto, lo implementamos; no valoramos un aspecto, lo ponemos en valor; no configuramos, customizamos; y las personas que antiguamente tenían “un par de huevos” en la vida laboral han subido un escalón y ahora son emprendedores.
Vivimos en el siglo XXI, el siglo de las tecnologías, los drones, los viajes a Marte y el lenguaje del “dilo de otra manera”. Los policías de tráfico son agentes de movilidad; los especuladores, inversionistas; el amante, compañero sentimental; los contables, directores financieros. (Con tanta jerigonza dan ganas de ir al baño, digo al excusado).
Qué tiempos aquellos en los que veíamos películas (ahora las visionamos), íbamos al callista (ahora podólogo) o nos emborrachábamos como merluzos (ahora nos vamos de copas).
Parafraseando al personaje de Lampedusa, debemos cambiar por completo el lenguaje para que siga siendo el mismo. Sin embargo, los republicamos, alérgicos a cualquier cambio, han rechazado la propuesta de Obama de que los ricos paguen más impuestos alegando, con las palabras de siempre, que es una mierda inaceptable.
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