Cuando Manuel decidió poner a la venta su piso, sus amistades le aconsejaban que no gastara más dinero en él. “Si tu intención fuera alquilarlo, tendrías que arreglar ciertas cosas para disfrute de los inquilinos, pero como es para vender no es necesario hacer nada…”.
Pero aquellos consejos de los amigos, aunque bienintencionados, no convencían a Manuel. Aún recuerda cuando vio por primera vez aquel piso, acompañado de una empleada de inmobiliaria. Estaba recién pintado, tenía muebles y electrodomésticos nuevos, habían cambiado las puertas, estaba limpio… Mientras la empleada de la inmobiliaria seguía enumerando las virtudes del piso, Manuel ya había llegado a la conclusión de que ese piso habría de ser para él. Sabía que estaría cómodo en él, que sería feliz entre aquellas cuatro paredes, que no tendría que hacer obra. Era un piso que, además de la buena estructura y las vistas agradables, transmitía buenas vibraciones, en parte porque los dueños se habían tomado la molestia no solo de cuidarlo mientras estuvieron viviendo en él, sino también de hacer algunas mejoras de última hora.
“¡Lo compro!”, pensó Manuel.
Cuando abandonaron la vivienda, Manuel le informó a la señora de la inmobiliaria de que estaba interesado en adquirirla. Ella intuyó que Manuel no podría ningún problema a la hora de realizar la compra. Se le notaba en los ojos que no quería dejar escapar esa oportunidad, que estaba deseando hacerse con las llaves.
Tras compartir esta pequeña anécdota inventada a la vez que real, me toca hacer un poco de vendedor de inmobiliaria y explicaros lo mucho que puede ganar un texto cuando se le hace una buena corrección de estilo. Asegurar que ese texto va a disfrutar de cierto éxito no sería prudente por mi parte. Diré solo que es más fácil “vender” un texto pulcro, libre de errores gramaticales, que si está en bruto, con las puertas viejas, la televisión estropeada y el lavabo del baño atascado.
Pero una corrección de estilo cuesta dinero, es obvio. Como todo en esta vida, habrá quien pueda costear ese servicio y quien no. Hay personas a las que les gustaría contratar los servicios de un corrector de estilo y no pueden por estrecheces económicas. Pero también hay otros –conozco bastantes– que, sin tener apuros financieros, llevan toda la vida tratando de hacer carrera literaria por su cuenta, sin la ayuda de un corrector de textos o un lector cero profesional, dando a leer el texto a sus amistades, las cuales, claro, siempre dicen que el manuscrito está muy bien, incluso aunque no lo lean o lo lean por encima.
En otras palabras: algunos autores están enseñando su piso literario una y otra vez, con un aspecto desastrado, sin provocar en el “comprador” esa ilusión que incitó a Manuel a hacer la compra. Están en su legítimo derecho. Solo digo que se vende con mayor facilidad (y quizá a un precio mayor) un piso en el que se potencian sus virtudes y se reducen sus defectos. Lo mismo ocurre con un manuscrito. Llegan muchos textos desaseados a concursos y editoriales. Las opciones de que los autores satisfagan sus objetivos quedan reducidas si sus textos no son gramaticalmente correctos. (Y no solo la gramática es importante, pero no quisiera extenderme en este post).
En conclusión: Invertir en una corrección de estilo, como invertir en un piso, supone a la larga invertir en uno mismo. Siempre será un beneficio, aunque solo sea estético. Quizá los que son reticentes a hacer esa inversión deberían planteárselo.
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Francisco
Rodríguez Criado
Escritor y corrector de estilo profesional
