La escritura ha variado mucho con el correr de los siglos hasta llegar a la circunstancia privilegiada en que nos encontramos. A los signos de interrogación existentes, once si no me equivoco (punto, coma, punto y coma, dos puntos, comillas, paréntesis, signos de interrogación, signos de exclamación, puntos suspensivos, guion y raya), hay que añadir un ecosistema tipográfico que se ajusta a las necesidades de cada autor o publicación.
Comunicarnos por escrito es hoy mucho más sencillo que nunca (si seguimos las normas gramaticales y tenemos buen gusto en la selección de las palabras. Sí, ya sé que es mucho pedir…).
¿Pero cuál es la mejora más importante, tipográficamente hablando, de la historia de la escritura?
No voy a demorar la respuesta. Yo diría que la creación del espacio en blanco (o simplemente “espacio”, para no caer en una redundancia) marcó un hito sin parangón a la hora de comunicarnos por escrito. Un avance al que, creo, no le concedemos hoy la suficiente importancia.
Y es que en tiempos remotos las palabras no se separaban. Se comprenderá fácilmente que ese tipo de escritura, llamada “scriptura continua”, suponía un tremendo lío, un dolor de muelas para el que no había analgésicos ni antibióticos, por mucho que los lectores –que en ciertas épocas no eran muchos, todo hay que decirlo– estuvieran acostumbrados a este modus operandi.

La inserción del espacio que separaba las palabras entre sí, y unas frases de otras, sufrió una evolución lenta que se extendió desde la época helenística hasta el siglo XI, cuando ya era norma en Europa separar las palabras con dicho espacio.
¡Y bendito sea! No creo que exista ningún otro apoyo para el ejercicio de la lectura y de la escritura tan importante como el espacio tipográfico. Hoy día, insisto, no le rendimos el menor tributo, pues hemos crecido con él, leyendo textos en los que las palabras, las frases y los párrafos estaban ya convenientemente separados, permitiendo así la legibilidad.
¿Pero qué pasaría si en los textos que caen en nuestras manos no estuvieran presentes dichos espacios tipográficos? Es decir, ¿cómo leeríamos los textos si estos carecieran de eso que a priori es otra carencia: el espacio…?
Pues sería un caos.
Os dejo un ejemplo. En primer lugar, presento mi relato “Breve biografía de un bigote”, eliminados los espacios; a continuación, podéis leer el mismo texto, con ellos.
El nivel de legibilidad cambia mucho al pasar de una versión a otra. De la noche al día, como suele decirse. De hecho, yo preferiría leer un texto sin puntuación a hacerlo sin espacios.
Pero antes de que leáis mi relato (y su versión mutilada), os dejo un par de notas:
Nota 1. Para ofreceros la versión sin espacio de mi relato corto, he seguido estos pasos en Word: En Buscar y Reemplazar (Ctrl + L), he escrito un espacio (con el espaciador del teclado) en BUSCAR y he dejado vacía la casilla REEMPLAZAR antes de pulsar en la casilla REEMPLAZAR TODOS. Al eliminar todos los espacios, las palabras salen pegadas entre sí).
Nota 2. Si sueles dejar más de un espacio entre palabras, haz esto: En Buscar y Reemplazar (Ctrl + L) pulsa dos veces el espaciador del teclado en el apartado BUSCAR, luego pulsa una vez el espaciador en la casilla REEMPLAZAR y, por último, pulsa en REEMPLAZAR TODOS. Es posible que debas realizar esta acción más de una vez para eliminar todos los espacios del texto).

Y, sin más preámbulos, aquí tenéis mi magnífico cuento. :–)
BREVE BIOGRAFÍA DE UN BIGOTE (sin espacios)
Angustiadoporelpesodelaculpa,elhombrecillodelbigoterenació–ensentidoliteral–desuscenizas.Dispuestoaemprendergrandescambios,empezóporenmendarloserroresdelpasado:abortólaordendehacermatarasuperritaBlondieyanulósurecienteyapresuradomatrimonio,yacontinuaciónabandonósuesconditebajotierraconrenovadoespíritu.Irritadoporlavisióndeaquellasdramáticasescenasdesangreydestrucción,increpóalossoldadosdeunoyotrobandoypropugnóavoceslanecesidaddeacabarcuantoantesconlacontienda.Durantesuviajealpasado,elhombrecillodelbigoteempezóacongeniarconquienesnopensabanonoerancomoél,propugnólaigualdadentretodaslaspersonasalmargendesuraza,condenócualquiertipodeasesinato–enespecialloscometidosaldictadodesusórdenesensuprimeravida–,quemóelmanuscritodesuvenenosoensayo,retirósusvehementeseincendiariosdiscursosrealizadosenoscurascervecerías,borrósuparticipaciónenciertogolpedeEstadoyseinhibiódecualquieractividadpolítica.
Endefinitiva:seafeitóelbigote.
Llegadoaestepunto,elhombrecillosinbigote(granamantedelamúsica,laópera,laarquitectura,laesculturay,porsupuesto,lapintura)caminaahorafelizporlascallesdelaVienade1907,cargadodelienzosypinceles,dispuestoahaceruntrascendentalexamendeingresoenlaAcademiadeBellasArtes.
Enunactodenarcisismo,estejoven(creemosrecordarqueAdolfHitleressunombre)piensaquesudedicaciónalapinturamarcaráunantesyundespuésenlahistoriadelsigloXX.
BREVE BIOGRAFÍA DE UN BIGOTE, de Francisco Rodríguez Criado (con espacios)
Angustiado por el peso de la culpa, el hombrecillo del bigote renació –en sentido literal– de sus cenizas. Dispuesto a emprender grandes cambios, empezó por enmendar los errores del pasado: abortó la orden de hacer matar a su perrita Blondie y anuló su reciente y apresurado matrimonio, y a continuación abandonó su escondite bajo tierra con renovado espíritu. Irritado por la visión de aquellas dramáticas escenas de sangre y destrucción, increpó a los soldados de uno y otro bando y propugnó a voces la necesidad de acabar cuanto antes con la contienda. Durante su viaje al pasado, el hombrecillo del bigote empezó a congeniar con quienes no pensaban o no eran como él, propugnó la igualdad entre todas las personas al margen de su raza, condenó cualquier tipo de asesinato –en especial los cometidos al dictado de sus órdenes en su primera vida–, quemó el manuscrito de su venenoso ensayo, retiró sus vehementes e incendiarios discursos realizados en oscuras cervecerías, borró su participación en cierto golpe de Estado y se inhibió de cualquier actividad política.
En definitiva: se afeitó el bigote.
Llegado a este punto, el hombrecillo sin bigote (gran amante de la música, la ópera, la arquitectura, la escultura y, por supuesto, la pintura) camina ahora feliz por las calles de la Viena de 1907, cargado de lienzos y pinceles, dispuesto a hacer un trascendental examen de ingreso en la Academia de Bellas Artes.
En un acto de narcisismo, este joven (creemos recordar que Adolf Hitler es su nombre) piensa que su dedicación a la pintura marcará un antes y un después en la historia del siglo XX.
Francisco Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo
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