¿Aprobarías a un alumno de universidad que escribe muchas faltas de ortografía?

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Imaginemos el siguiente escenario: un alumno de universidad aprueba un examen con una nota de 6 sobre 10. El profesor se encuentra ante un dilema: el examen está plagado de faltas de ortografía y ahora duda entre aprobarlo y suspenderlo. Estas son algunas de esas faltas de ortografía que ha subrayado en rojo: habrir (en vez de abrir), becino (en vez de vecino), a ido (en vez de ha ido), pais (en vez de país), axfisia (en vez de asfixia), jente (en vez de gente)…

¿Crees que el profesor debería suspender el examen por las faltas de ortografía o, por el contrario, debería aprobarlo a pesar de ellas?

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Las 500 dudas más frecuentes del...
  • Instituto Cervantes (Autor)

Le he hecho esta pregunta a numerosas personas (escritores, libreros, profesores, correctores, etcétera) y esto es lo que han respondido:

1 Miguel Díez R. (profesor y autor de ensayos sobre literatura)
En el caso que planteas pienso que el profesor debería suspender, sin ninguna duda, a ese alumno por ese tipo de faltas de ortografía tan abundantes e importantes. A un universitario hay que exigirle un nivel ortográfico mínimamente aceptable.

2 María Carvajal (escritora, redactora de Narrativa Breve. Fue también responsable de la revista Ombligo en España)
Partiendo del hecho de que es incómodo leer un texto (léase examen, cuento, artículo, anuncio publicitario, etc.) plagado de faltas ortográficas, me resulta complicado responder esa pregunta, sobre todo porque un alumno que llega a la universidad con esas deficiencias académicas tiene un problema de base, y un profesor universitario no puede a esas alturas dedicarse a enseñar ortografía a sus alumnos (más que nada porque probablemente no tendrá tiempo de añadir esas enseñanzas a su, seguramente, apretado temario).

Por otro lado, creo que se debería tener en cuenta la materia que se está evaluando. Si la asignatura que se evalúa es de lengua, literatura o similar, quizá el profesor se vea en la obligación de suspender al alumno cuyo examen está plagado de faltas ortográficas. Se entiende que la asignatura que evalúa está íntimamente relacionada con la calidad de la escritura y redacción del alumno, aparte de los aspectos teóricos que deba demostrar en la ejecución del examen. Si por el contrario, se trata de asignaturas como matemáticas, química, informática, o similar, el profesor podría pasar por alto las faltas ortográficas, entendiendo que ello no supone una traba a la hora de demostrar los conocimientos sobre la materia a evaluar. Tanto en esas materias como en otras neutras, el profesor quizá no debería suspender al alumno por faltas ortográficas, aunque sí podría bajar la nota como toque de atención.

Creo que es importante que se incida en la enseñanza de la ortografía en edades tempranas, para evitar que los alumnos lleguen a la universidad con esos problemas. Además, ¿qué impresión puede causarte un abogado o un médico que redacta un informe plagado de errores ortográficos? No está reñido con la profesionalidad del experto, pero a primera vista, puede causar dudas.

3 Silvio Cavini Benedetti (informático y escritor)
No es una respuesta que se pueda contestar con un sí o con un no. En la sociedad en la que vivimos, la comunicación, de una manera u otra, es de fundamental importancia. Vivimos en un mundo en el que, sin darnos cuenta, todos escribimos constantemente, ya sea por trabajo o para perder el tiempo en las redes sociales.
Uno pensaría que debería ser interés de todos escribir bien, al fin y al cabo es como te presentas en ámbitos tan distintos como las redes sociales o las comunicaciones de negocios. Uno no se presentaría nunca a una entrevista de trabajo con un aspecto desaliñado, como no la haría para una reunión de ventas ni para presentarse frente a un juez. El nuestro es un mundo virtual, donde la gente no se conoce de persona y valen, como en la vida «real», los aspectos exteriores, que, en esta caso, son el uso y la propiedad del lenguaje.

Desgraciadamente, la introducción de los ordenadores en las escuelas ha bajado mucho la calidad de la enseñanza en algunas materias fundamentales, como la lengua y la simple aritmética. Pero, a nivel universitario, se pide un segundo idioma y, a veces, hasta un tercero, sin tomar en cuenta cómo se conoce el propio. Es mi opinión que en todas las facultades, sobre todo en aquellas científicas, deberían haber cursos del propio idioma y que deberían ser obligatorios para recibirse.

Cuando yo empecé a trabajar, como técnico, hacía una relación a mano y luego había siempre una secretaria que lo escribía a máquina y por último un jefe que la revisaba. Hoy día, todos estos filtros han desaparecido y es todavía más importante saber exprimirse.

Pero, volviendo a la pregunta original: ¿se debería suspender al alumno? Bueno, al que está dando un examen de física tiene ya bastantes problemas con la materia y hoy en día los conocimientos técnicos son de fundamental importancia. La respuesta es no. Pero en materias de tipo humanístico u otras como la abogacía, por ejemplo, la respuesta es sí.

Con todo, a nivel universitario, es un problema que no debería estar en las manos de cada profesor, si no en cursos de lengua ad hoc y obligatorios para todos.

4 Antonio Barnés (profesor doctor universitario y escritor):
Suspendería al alumno porque no está respetando las reglas del juego. La lengua no es propiedad privada sino patrimonio común. Del mismo modo que cuando se escribe con letra ininteligible se está molestando a quien debe descifrar el escrito, cuando no se respeta la ortografía, se está haciendo más difícil entender los textos. La lengua es un código común. Si cada uno escribe como le da la gana, la lengua se convierte en un dialecto individual y no en un vehículo de comunicación social. Podría decirse, si escribes para ti, escribe como quieras; si escribes para otros, respeta el código común. Tu yo no tiene por qué imponerse a los otros.

Importa no solo qué se dice sino cómo se dice. Ser educado significa saber ser y saber estar. Escribir con corrección se integra en las dos: saber ser (no somos para nosotros sino para los otros) y saber estar (facilitar la vida de los demás).

5 Marián Sáenz-Diez Molina (servicios editoriales para publicaciones de fotografía, naturaleza y viajes):
Si me dices que es un alumno de instituto, me lo pienso, pero si es universitario con ese tipo de faltas, lo suspendo sin dudarlo. Es vergonzoso que se llegue a la Universidad con ese nivel de ortografía.

6 Nieves Cumbreras (correctora de textos)
Yo suspendería a un alumno con faltas de ortografía graves. O, como mínimo, le bajaría la nota considerablemente. Seguramente se acuerde de toda mi nación si el examen está, respecto a los contenidos, para aprobado (o para un 10, me da igual). Pero solo así evitaremos textos como el del famoso juez con sus 50 faltas de ortografía… Yo todavía me pregunto cómo es posible que un magistrado escriba así.

En 2º de BUP la mejor profesora de Literatura española que he tenido en la vida me suspendió un examen de comentario de texto con un 9 por poner «el poeta rebela» en lugar de «revela». Tengo 47 años y todavía me acuerdo. En su momento me pareció injusto, pero le estaré agradecida toda la vida.

Ahora preparo a alumnos para obtener el B1 en inglés y soy implacable. En el examen real de Cambridge les pasan la mano mucho más que yo. Si yo hiciera lo mismo habría muchos más suspensos en la prueba oficial, te lo aseguro.

7 José Luis Ibáñez Salas (editor y escritor)
Si el examen se ha planteado escrito será por alguna razón, ¿no?

Si el alumno no sabe escribir, como es manifiesto, no sabe nada, ni los contenidos sobre lo que se le ha preguntado. No estamos ante un desliz o un par de errorcillos, de erratillas. Estamos ante una sandez de examen, respondido por un inculto.

8 Eduardo Rebollada Casado (geólogo y escritor)
Yo creo que el profesor sí debería tener en cuenta el dominio del lenguaje a la hora de evaluar a sus alumnos, empezando por la ortografía. Como nota complementaria, te digo que en las modernas legislaciones sobre eduación (la LOMCE española parece ser una de ellas) se habla de competencias de las propias disciplinas y entre dichas disciplinas, con lo que se puede concluir que implícitamente se propone que los ciudadanos tengan un dominio básico de lenguaje para comprender, relacionar y expresar conceptos.

9 Carmelo Beltrán Martínez (corrector de textos)
Desde mi punto de vista el hecho de aprender no se basa únicamente en adquirir conocimientos sino de saber cómo explicarlo. En ese sentido nuestra herramienta es el lenguaje, que bien puede ser oral o escrito, y si no sabe utilizarla no creo que pueda considerarse que los domina.

Es como si te hacen un examen oral y no contestas a las cosas. Es posible que las sepas pero hay que saber contarlas y saber contarlas bien.

10 Inés González (correctora de textos)
Suspenso, sin dudarlo.

Diccionario Del Estudiante....
  • Real Academia Española (Autor)

11 María Nieves Fluet Sánchez (profesora y correctora de textos):
El curso pasado trabajé como profesora asociada en la Facultad de Traducción de la Universidad de Murcia, y el primer día avisé (y lo recordé a lo largo del cuatrimestre) de que penalizaría las faltas de ortografía. Así lo hice en los exámenes; ninguno llegó a suspender pero sí que les bajé considerablemente la nota.

En definitiva, sí que penalizaría las faltas de ortografía e incluso llegaría a suspender si los alumnos sobrepasaran un número de faltas determinado. Eso sí, lo avisaría desde el principio y lo iría recordando.

12 Nerea Aguilera García (traductora y correctora de textos)
Ese tipo de faltas no son por despiste o por algún problema, sino por falta de esfuerzo y desinterés absoluto. Yo tengo una alumna con dislexia que en un momento dado me puede escribir «a ido», pero el «becino» es imperdonable, que no se trata de una palabra que no tengamos ocasión de leer todos los días, ni existe otra con la que se pueda confundir en un momento dado.

Como han dicho por ahí arriba, todavía a nivel de instituto se podría dejarle con un cinco, e incluso amenazarle con suspenderle la próxima vez para que espabile, pero en una universidad… NO. Si se le diera más importancia a la ortografía y a la redacción veríamos cómo subía el nivel en otras áreas, porque ser permisivo en algo tan básico alienta a la pereza en todo lo demás.No creo tampoco que el tipo de estudio que curse el alumno influya. Da igual si estudia Filosofía o Aeronáutica. Nos sobra imaginación para pensar en las consecuencias de que un médico vaya escribiendo recetas con ese nivel.

13 Gonzalo Vázquez (corrector de textos)
También soy de la opinión de que, si se trata de un alumno de Secundaria o Bachillerato, aún le daría un pase, pero con una seria advertencia (algo del estilo: si vuelve a repetirse, te suspenderé: revisa tu ortografía o no habrá segunda oportunidad). En un universitario, lo siento, no cuela. ¿Contrataría alguien a un candidato a un puesto de trabajo si envía un «Kurriculum Bitae yeno de herratas»? Creo que nadie se fiaría de sus capacidades profesionales si escribe algo así, por muy «hacha» que fuera a en lo suyo.

Tal vez tampoco seamos el colectivo más objetivo para dar nuestra opinión sobre este tema, ya que nuestra labor es precisamente cuidar el lenguaje. ¿Responderían de la misma manera los encuestados de otros colectivos profesionales? Quizá serían más permisivos.

Yo, por mi parte, sufro con la gente que escribe mal, y no menos con la gente que se expresa con enorme parquedad. Siempre he pensado que si uno es parco en palabras, también es parco en pensamiento. Y es una pena.

14 Laura Gago (correctora de textos)
Sin duda sí, lo suspendería. Algunos decís que si fuera en el instituto a lo mejor… Yo recuerdo a profesores que, fuesen de Lengua o de Historia, si en un examen cometías más de diez faltas suspendías el examen. Y si no hubiese sido así, quizás alguno hubiese llegado a la universidad con el ejemplo que expone Francisco.

La escritura y la ortografía son algo básico que nos enseñan desde pequeños. Una cosa es que se te escape alguna falta, que seguro que a todos nos pasa por mucho que revisemos, pero el nivel expuesto… ¡es demasiado! Y esa persona en un futuro será médico, o ingeniero, o maestro… Y escribirá recetas, informes, publicará artículos, etc. Por lo que sería una aberración que lo hiciera con ese nivel, ¿no creéis? Así que cuanto antes sea consciente de la importancia de sus faltas, mejor. Aunque tengo que reconocer que tiene que jod… mucho estudiar para un examen, tenerlo aprobado y que te suspendan por algo así. Pero de los errores se aprende.

15 Irene Lorenzo Criado (correctora de textos)
Yo también lo suspendería, sin ningún tipo de dudas. Quizás me lo pensaría si fuese en secundaria y el alumno no supiese poner ciertas tildes (como el ejemplo que pones de pais) o pusiese alguna donde no toca (qué sé yo… incluído, por ejemplo). Que no es que haya tildes de primera y segunda categoría, pero yo creo que sí que podríamos considerar algunas como «perdonables» en este nivel.

Ahora bien, habrir, becino y jente sí que no tienen perdón de dios, ni en secundaria ni en la universidad. En una carrera sería totalmente inflexible, y veo bien que se suspenda a aquellos que cometen estos «horrores» ortográficos. Yo tengo la época universitaria todavía fresca, y recuerdo compañeros y ¡una profesora! de música medieval que escribían día sí y día también trobadores, que es una palabra que en nuestro ámbito aparece constantemente. Te puedes equivocar en una palabra que sea muy específica de una disciplina y que no se suela emplear en la vida cotidiana, pero de eso a lo que se ve por ahí (como el artículo del juez que mencionáis) hay un trecho.

16 Rocío Gómez de los Riscos (correctora de textos y traductora)
Si las faltas fueran tan graves como los ejemplos que mencionas, sin duda lo suspendería. Si fueran menos graves (qué subjetivo es eso), me lo pensaría. En cualquier caso, ¿quién le corrige las faltas al profesor…? Yo he corregido textos de catedráticos que dejaban mucho que desear. Se da por hecho que alguien, por ser profesor, maneja la ortografía, pero muy equivocados estamos.

17 Marina Ferrer (Letraphi, asesoramiento lingüístico Miembro de Unico
Yo también suspendería al alumno: aunque el sistema educativo sea malo, deberíamos repartir la responsabilidad y, al doctorando que prepara una tesis, le compete la de documentarse para saber qué es lo que se trae entre manos, cómo debe enfocar ese trabajo y redactarlo conforme a la estructura esperada. De esa estructura y del contenido dará cuenta al catedrático y al tribunal. De cómo esté redactada y de los errores ortográficos, parece que es consciente y pone el texto en manos de una profesional. Pero eso no le exime del deber de haber hecho todo lo posible a lo largo de tantos años de escolarización obligatoria y no obligatoria para aprender cómo se escribe el idioma en el que se expresa.

Los deslices son perdonables; la ignorancia, también, salvo que sea en las aulas universitarias.

18 Rita Tapia Oregui (traductora de alemán y árabe)
Yo creo que, idealmente, teniendo en cuenta el mundo en el que vivimos actualmente, la universidad debería proveer un espacio donde la información a la que se accede por distintos canales, como puedan serlo Internet, la propia universidad u otras fuentes, pudiera ser sometida a escrutinio, cotejada y cuestionada. En mi opinión, la universidad debería dedicarse a formar gente con criterio, que yo considero que consiste en la capacidad para resolver, en virtud de las leyes que rigen la lógica del saber heredado y previamente instituido, qué debería componer y continuar engrosando dicho corpus. En este sentido, estimo que la labor de un profesor universitario es la de acreditar que sus alumnos dominan la ciencia que entraña el funcionamiento de los sistemas, pues, para poder dirimir entre lo original o necesario y lo arbitrario o circunstancial, se deben haber diseccionado el lugar que ocupan y la función que cumplen los engranajes que arman el conocimiento de la realidad. El lenguaje es, desde mi punto de vista, el mecanismo del que disponemos los seres humanos para estructurar el mundo simbólico, y los errores ortográficos que se cometen en los exámenes de la universidad, sobre todo aquellos que no parezcan deberse a la presión o la prisa que induce la situación en cuestión, como pudieran serlo los que se cuelan en palabras cuya frecuencia de uso debiera haber automatizado su correcta escritura (véase: gente, vecino, abrir, y así sucesivamente) o los que denotan que la persona que los comete no distingue entre palabras de distinta categoría gramatical, evidencian un craso desinterés por demostrar que se busca transmitir una idea diferente a partir de un lenguaje compartido, donde lo alarmante del pensamiento disidente pueda quedar arropado dentro de un contexto y su autor pueda justificar la necesidad de su incorporación al saber convencionalmente aceptado haciendo alarde de un discurso coherente e hilvanado. Por ende, sí, lo suspendería, porque creo que contenido y forma son dos caras de la misma moneda.

No obstante, también considero que las facultades que imparten una materia cuya investigación científica a nivel mundial se divulga primordialmente en inglés deberían, consecuentemente, impartirla en dicho idioma. Asimismo, a mi juicio, la universidad dista mucho de ser ideal y mucho me temo que, cuando lo que se espera de los alumnos es que parafraseen la Wikipedia o los apuntes tomados en clase, cometer faltas orto-tipográficas en un examen puede llegar a entenderse como una apología de aquello que nos hace parecer más humanos por contraste, más capaces de llegar a engendrar pensamiento vanguardista. Al fin y al cabo, a estas alturas de la trama, la RAE ya no es la única que nos avía el contexto.

19 Amelia Padilla
Yo, de entrada, suspendería al sistema educativo. Y cuando digo «al sistema», incluyo a los políticos, a los alumnos…, y a los profesores también.
¿Suspendería al alumno? Creo que no.

20 Juan José Ventura (periodista y escritor)
Creo que no debería tan siquiera seguir leyendo cuando se encuentre una falta de ese calibre.

21 Raúl Martín (corrector de textos)
Tengo una amiga, RMB, que en su día fue fugaz profesora ayudante (por poco no fue una ‘penene’ como los que a ella le habían dado una asignatura parecida) de Derecho Político en una universidad castellanoleonesa. Siempre cuenta que el primer día de clase les expuso a sus atentos alumnos que había dos textos que tenían que tener siempre encima de la mesa y de consulta obligatoria, uno era la Constitución y otro el Diccionario de la Lengua Española, al tiempo que advertía de que las faltas de ortografía, en todos los trabajos que tuvieran que presentar, incluidos los exámenes, contarían tanto como los contenidos específicos de la asignatura a su cargo, si no más por tener que expresarlos en la lengua vehicular (esto no lo dijo ella, ni lo suscribo yo, pero parece ser que de un tiempo a esta parte es lo recomendable y molón)… Bien, pues hubo alguien —siempre hay álguienes para esto— que en lugar de aplicarse el cuento fue con el queo a titular de la cátedra, que, como ya os podéis imaginar a estas alturas de la anécdota, no solo no la apoyó, sino que le hizo ver que las cosas no podían ser así, que lo suyo era el Derecho Político, aunque se escribiera sin tilde el adjetivo de la materia. De modo que recogió el diccionario que le habían enseñado a amar las monjas y los alumnos no volvieron a saber más de ella: nip in the bud, creo que lo llaman los ingleses cuando coloquian. (Por fortuna para ella, ya entonces era funcionaria de carrera, que es más lista que voluminosa, y maldita la necesidad que tenía de contemporizar con una cátedra que no sabía valorar lo que ella entendía que era prioritario, y en ello sigue, en su imparable carrera de funcionaria autonómica y en su aprecio incondicional por la lengua).

Vaya esto en su homenaje. Ella le suspendería, es evidente, y yo también, sin dudarlo ni un parpadeo.

22 Javi Sánz (corrector de textos)
Creo que un alumno universitario que no domine la ortografía debería suspender. ¿Cómo se pueden cursar estudios superiores sin un mínimo de saber expresarse (y escribir) correctamente?
Cuando hice la carrera, varios profesores fueron implacables y, más de uno y dos, suspendieron exámenes por las faltas de ortografía. Esta medida no me pareció rara (además en unos estudios de filología qué voy a decir…).

23 Alexander Drake (escritor)
Bien, para empezar creo que la decisión de aprobar o suspender al alumno es muy subjetiva y delicada. Por un lado, el examen no es sobre ortografía, y pudiera parecer injusto suspender al alumno por sus faltas al escribir, si sus conocimientos sobre la materia del examen son suficientes para aprobar dicho examen. Por otro lado, el lenguaje escrito es el canal por el cual se nos pide que expresemos estos conocimientos, y por lo tanto, es necesario tener cierto dominio de las normas ortográficas. La verdad es que es bastante triste comprobar cómo hoy en día lo raro es encontrar a alguien que escriba correctamente, y ya un verdadero milagro que sepa qué palabras llevan tilde y cuáles se acentúan o no según el contexto de la frase en el que se incluyen (sobre todo si la persona tiene menos de 30 años). Está claro que las nuevas tecnologías, y sobre todo los SMS de los teléfonos móviles, han contribuido en gran medida a degradar el lenguaje escrito; pero también es cierto que es nuestra “obligación” escribir correctamente para preservar unas reglas ortográficas que son patrimonio de todos aquellos que se expresan en una lengua común. Yo, por mi parte, siempre que mando un SMS, lo hago sin abreviar ninguna palabra, utilizando las comas y los puntos donde corresponde y, por supuesto, añadiendo todas las tildes en las palabras que las han de llevar; incluso pongo los signos de interrogación y exclamación al inicio de la frase en donde éstos han de colocarse. Algo que se está perdiendo desde hace tiempo por la influencia del inglés, en donde sólo se ponen estos signos al final de la frase; con la respectiva falta de información que esto supone, ya que no queda claro dónde empieza la pregunta o la exclamación en este texto. Creo que hay que hacer un pequeño esfuerzo por la correcta utilización de nuestra lengua, tanto en la parte oral como escrita. Es algo de lo que todos somos responsables.

Resumiendo y concretando: sería partidario de bajar la nota del examen si se presenta con varias faltas de ortografía (también hablaría con el alumno para intentar que esto no volviera a ocurrir, dándole consejos sobre cómo mejorar su escritura y recalcando la importancia que esto tiene en una herramienta tan esencial como es el lenguaje); pero no sería partidario de suspender al alumno, por mucho daño a la vista que me hubiera hecho leer su examen. Viendo que la nota que se plantea en este caso es de un 6, y que las faltas de ortografía son reiteradas y bastante bochornosas, creo que dejaría la nota final del examen en un 5 raspado. Y como he dicho antes, tendría una charla extensa con el alumno en cuestión.

24 Emilio Gavilanes(escritor)
Yo soy muy indulgente con las faltas de ortografía, principalmente porque se las he visto cometer a gente muy culta (grandes lectores, escritores, profesores de universidad…). Pero es verdad que la mayoría de las veces eran faltas relacionadas con tildes. El caso que me planteas me resulta bastante increíble. Son faltas tan brutales que no creo que cometan ni los alumnos con peores notas. Pero si aun así las viese, yo pensaría dos cosas: o que el alumno está de broma o que es disléxico. Antes de tomar ninguna decisión yo dejaría la nota pendiente de una conversación con él. Y como supongo que esa respuesta no te vale, te diré que puesto en la obligación de juzgar dudaría mucho. Y cuando dudo aplico la máxima jurídica: In dubio pro reo. Sí, creo que le aprobaría. Me parece que los contenidos deben pesar más en un examen. Además, si el examen hubiese sido oral, no habría tenido esas faltas.

25 Javier Merchante (maestro y actor)
¡Estás hablando, además, de un nivel universitario¡ He sido maestro y ya estoy jubilado. Comprendo la rotunda influencia que las redes sociales están teniendo en la comunicación, transformando la transcripción fonética en una especie de zumo exprimido sólo apto para iniciados, pero, respondiendo a tu pregunta, no lo dudaría: no lo suspendería, lo mandaba directamente a tercero de primaria.
La educación que se imparte cada vez se parece más al rancho cuartelero de antaño y el nivel de exigencia, el escueto tocador de la señorita Pepis.

26 Pilar Galán (escritora y profesora)
Quizá la verdadera pregunta o la correcta es por qué o cómo ha llegado a la universidad un alumno que escribe esas faltas. La ortografía no es un capricho. Escribir correctamente es una muestra de respeto hacia la lengua que utilizas y hacia el lector. Escribimos para entendernos, por tanto, no respetar las normas significa convertir un texto en una sucesión de palabras incomprensibles.

Si aceptamos las faltas de ortografía, también deberíamos aceptar los errores morfológicos y los sintácticos, y escribir, por ejemplo, me se, te se, asín, el niño comen, etc. etc. Y eliminar los signos de puntuación, por supuesto.

Normalmente quien defiende que no se cumpla la norma la desconoce. Claro que suspendería a un alumno que me entregara un examen plagado de faltas. Un examen no es un mensaje de móvil.

27 ** Juan Ramón Santos (escritor)
De un tiempo a esta parte tengo la impresión de que salir en defensa de la ortografía es reconocerse poco menos que un Mussolini de la lengua, un violento fascista de la expresión escrita, pero entiendo que sus reglas, las de ortografía, resultan necesarias, y exigibles, pues ayudan a mantener uno de nuestros mayores patrimonios, que es la lengua, a hacer reconocible la historia de las palabras y a distinguir tiempos verbales o funciones gramaticales haciendo de la sintaxis un instrumento más manejable, y que con todo eso se logra, a fin de cuentas -que para eso está el lenguaje-, que todos nos entendamos, al menos, en este caso, por escrito.

Sé que hoy se tiende, en general, a la simplificación y a la relajación de las cosas, costumbres que, debido a mi naturaleza anarquista y más bien perezosa, contemplo con una cierta simpatía, pero creo que en el ámbito de la gramática o de la ortografía la tendencia peligrosa, pues lleva a la simplificación de la lengua y, en último extremo, del pensamiento, y la simplificación del pensamiento, de las ideas, es -eso sí- lo más fascista que puede ocurrirnos a todos.

La lengua tiene que ser una herramienta potente y versátil, capaz de dar salida a la emoción más elemental a través de una simple interjección o de sostener, por medio de períodos largos, bien trabados, la expresión de los más complejos y abstractos conceptos, que precisan, por su propia naturaleza, de estructuras gramaticales afinadas, de una meticulosa puntuación y, desde luego, de una ortografía impecable, que facilite al máximo la comprensión del lector.

Por esa razón, porque creo que de un alumno universitario, sea de ciencias o de letras, se esperan una cierta profundidad intelectual y la capacidad de ponerla de forma razonablemente precisa y correcta por escrito, considero que un alumno que comete semejantes despropósitos lingüísticos -porque los ejemplos que se proponen excluyen la posibilidad de un simple despiste, pecado venial que puede cometer cualquiera- debería ser suspendido sin miramientos, aunque solo sea porque tales faltas, de tan graves, son capaces de impedirle a uno concentrarse y comprender el significado del resto del examen.

Es más, si nos ponemos, ahora sí, fascistas de verdad, un individuo así, capaz de abrir las puertas con h, de llamar a sus vecinos con b o de asfixiarse de forma tan sumamente retorcida, debería ser encerrado para siempre, aislado, en una celda de castigo, donde no pudiera contaminar a ningún otro hablante, por sus imperdonables crímenes de lesa hispanidad.

28 Paloma González Rubio (escritora y profesora)
Consideremos la misma pregunta desde otra disciplina: Un alumno de matemáticas ha planteado todos los problemas de un examen correctamente, pero no ha dado con la solución precisa porque ha fallado en la aritmética, una piedra angular básica de las matemáticas que agrupa muchas disciplinas, del mismo modo que la lengua agrupa no solo la ortografía, sino la gramática, la semántica, la lexicografía… ¿Aprobaría el examinador de matemáticas al alumno? Podría no puntuar en absoluto el planteamiento, solo la solución, lo que le lleva irremediablemente al suspenso, y si evalúa el planteamiento, el punto de partida únicamente, porque los errores son acumulativos, le daría un suspenso. ¿Por qué es en el ámbito de la lengua donde se plantean estos dilemas cuando es la lengua la materia instrumental que va a garantizar la comunicación de cualquier conocimiento? ¿Por qué se permite año tras año que un alumno llegue a un examen superior si demuestra incompetencia en las competencias básicas? Supongamos que ese examen es universitario, el alumno no va a ser capaz de elaborar un texto publicable, ni siquiera presentable en una reunión. Yo no daría ese examen por aprobado, o condicionaría su aprobado a otra prueba en la que demuestre que ha corregido mediante un curso adecuado sus carencias.

29 Ignacio Ferrando (escritor y profesor universitario)
Para mí la ortografía no son un conjunto de normas vacías, sino una herramienta que permite precisar los matices del lenguaje. Además de mi trabajo como escritor, en el que obviamente la ortografía es fundamental, durante muchos años he dado clase en la Escuela de Arquitectura Técnica de la UPM. Es una carrera técnica donde, en principio, un correcta ortografía y una sintaxis eficiente deberían ocupar un lugar secundario. Pero no era infrecuente que tuviera que explicarle a alguno de mis alumnos que un ingeniero que comete faltas de ortografía o no sabe expresarse en su trabajo pierde su autoridad intelectual y, con ella, su valía profesional. Imagínate, les decía, que realizas un acta de reunión plagada de faltas de ortografía o la memoria de un proyecto magnífico, pero ininteligible. ¿Qué autoridad intelectual vas a demostrar? ¿Se te tomará en cuenta del mismo modo que si no fuera así? Manteniendo todas las reservas, es como el caso de ese tal Enrique López, juez que se negó a abstenerse en el caso Gürtel y lo hizo en un escrito con más de 50 erratas y faltas de ortografía. Cómo no van a reírse de él desde los medios que buscan desacreditarle. ¿Acaso no afecta a su pundonor como juez este comunicado? Si la universidad es un puente entre la enseñanza y la empresa privada, sea cual sea la especialidad, es obligatorio concienciar a nuestros alumnos de que una buena ortografía implica una mejor productividad y sobre todo un mayor decoro.

30 Victoria Mera (poeta y profesora)
Yo, en su lugar, suspendería ese examen. Tendría en cuenta la edad del alumno, pues pienso que no es lo mismo que un niño de ocho años cometa esas faltas a que las cometa, por ejemplo, un niño de doce años. Pero en mi opinión, un alumno que tiene eses faltas de ortografía es un alumno que tiene un problema en su escritura y que probablemente los tendrá también en la lectura. No podemos pasar por alto estas dos destrezas, pues son una parte esencial del aprendizaje. Así que, sí, suspenso.

Rebajas
Manual de estilo de la lengua...
  • Martínez de Sousa, José (Autor)

31 Isidro Sánchez Rincón (escritor)
Creo que el profesor debería darle un aprobado en suspenso o condicional al alumno hasta que no le demostrase que puede escribir sin cometer esas faltas. A cualquiera se le puede escapar una falta, ya sea por las prisas o por fiarte del corrector de Word, pero de ese tamaño y repetidas, no se deberían tolerar a un universitario.
Es lo que pienso. Problema fomentado, quizá, por el uso excesivo de los mensajes de móvil, el chateo en internet y la escasa lectura, en general, de los jóvenes.

32 Manuela González (profesora y escritora)
Suspenso, sin ninguna duda.

33 José Antonio Moreno Villanueva (corrector de textos y profesor de comunicación oral y escrita)
El caso que Francisco nos planteaba ayer no es para mí una situación hipotética, sino una realidad a la que me enfrento curso tras curso. A lo largo de los últimos diez años he impartido clases de comunicación oral y escrita a alumnos universitarios de filología, periodismo y comunicación audiovisual. Afortunadamente, sobre todo los primeros (no tanto los segundos, de cuyos planes de estudio han ido desapareciendo asignaturas de estas características, pese a sus demandas), se muestran especialmente sensibles por la cuestiones del cuidado del lenguaje.

Ante el caso que presenta Francisco, los estudiantes de filología son los primeros que entienden que un examen que contenga errores de esas características merece un suspenso. Los alumnos de periodismo y, sobre todo, los de comunicación audiovisual ya no lo tienen tan claro (algunos esgrimen que “solo” se van a dedicar a cuestiones técnicas o a la televisión, ¡que Dios nos pille confesados!). Pero hay esperanza: no son pocos que sí reciben bien las correcciones, sugerencias y mejoras que se les indican.

Por tanto, mi respuesta es clara: un alumno con faltas de ortografía de ese calibre no merece aprobar un examen, si su nota, por lo que respecta al contenido, es un 6. ¿Y si su nota es un 9? Creo que nunca me he encontrado en esa tesitura. Es decir, el estudiante que escribe habrir, becino, a ido, jente y similares atentados ortográficos también construye mal la frase, comete innumerables errores de puntuación, escoge mal el léxico y, en definitiva, no sabe expresar sus ideas, de manera que difícilmente habrá obtenido un 9 en el examen. Por este motivo, no soy partidario de bajar la nota considerando exclusivamente solo las faltas de ortografía, sino los distintos elementos que contribuyen a que un texto esté bien escrito.

Esa es mi respuesta. ¿Darían la misma respuesta otros profesores universitarios de otras disciplinas? Os puedo asegurar que no sería unánime. ¿Cuáles son las excusas? Las más usuales son: “Si tuviéramos que suspender a todos los alumnos que cometen faltas de ortografía nos quedábamos solos”, “Eso ya lo tendrían que haber aprendido en el instituto”, “La universidad no tiene que enseñar a escribir”, “Ya lo suspenderá la vida”…
Vaya por delante que en estos años me he encontrado de todo, y en todos los ámbitos. Tengo la suerte (o la desgracia, según el caso) de tener que corregir y traducir a diario (en mi otra faceta, la de asesor lingüístico) guías docentes, artículos de investigación, tesis doctorales (si queréis otro día hablamos de esto…) y similares de esos mismos profesores. Como decía ayer Amelia en su respuesta, os llevaríais las manos a la cabeza al ver todo lo que pasa por delante de mis ojos (insisto en que no quiero generalizar). ¿Hace falta que diga más? De aquellos polvos estos lodos…

Ahí lo dejo. Si habéis llegado hasta aquí, disculpadme por la perorata.

34 Diego Ibáñez (corrector de textos)
Al margen de lo que opine sobre un caso tan extremo como el planteado, una de las cosas que me preocupan es que se confunda ortografía con lengua y comunicación, e incluso ortografía con desarrollo personal e intelectual. Pueden tener mucho que ver, pero creo que a veces hay demasiados prejuicios, simplificaciones y extrapolaciones poco fundamentadas en torno a cuestiones relacionadas con la ortografía y la norma lingüística y su aplicación por parte de cada hablante.

No estoy muy de acuerdo con que se parta del criterio de suspender o quitarle nota a un alumno por una o incluso varias faltas de ortografía en un examen. Habría que ver cuáles son esas faltas y en qué contextos aparecen. Muchos errores de escritura son errores naturales en el contexto de un proceso intelectual complejo como es el de la escritura; más aún en el contexto de un examen, en el que hay que prestar atención a otros factores más importantes para la construcción del texto que la ortografía (la macroestructura del texto, la progresión temática, la organización sintáctica de la información y la selección del léxico, entre otros) y en el que muchas veces no hay tiempo para revisar lo escrito (ni se dispone de herramientas para hacerlo). Aparte de eso, dominar la ortografía actual a la perfección supone un importante consumo de recursos cognitivos y de aprendizaje, y sería exagerado (y contraproducente para la sociedad) exigirle a un médico, un contable o un ingeniero que tengan la misma competencia en ortografía que un profesor de lengua o un corrector. Además, aunque la competencia lingüística se desarrolla a lo largo de toda la vida, el trabajo de la ortografía básica es algo que compete fundamentalmente a los niveles de formación previos al universitario.

Por otra parte, también habría que ver cuáles son los conocimientos lingüísticos que tienen quienes pretenden juzgar la competencia lingüística de los demás. O, en general, cuáles son los conceptos lingüísticos de los que se parte a la hora evaluar una competencia lingüística (y una parte de ella como es la ortografía), porque se podría discutir si son los más adecuados.

35 Gloria Díez (periodista y poeta)
Desde mi punto de vista, no se puede aprobar a un alumno universitario que pone «habrir» y «becino». Otra cosa es que existiera una sola falta, que podría atribuirse a los nervios del examen, a un lapsus…pero ese conjunto, a mí me parece descalificador.

En todo caso, podría aprobar, pongo por caso la química inorgánica con un 6, bajo la condición de hacer un cursillo de ortografía. Iba a ser por su bien. 😉

36 Ana Añón (escritora y profesora) En mi opinión, los suspensos debidos a faltas de ortografía solo consiguen desmotivar a los alumnos. Soy partidaria de una educación en positivo que ofrezca al alumno alternativas de comprensión y mejora de sus competencias, en particular en aquellas disciplinas donde se detecten dificultades. Los problemas de aprendizaje se manifiestan mucho antes, en la educación primaria y secundaria, y es entonces cuando deben analizarse las posibles causas e intervenir en ellas. Por otra parte creo que es necesaria la actualización de los métodos clásicos de aprendizaje puesto que los estudiantes del siglo XXI requieren otro tipo de estímulos.

37 Manuel Neila(escritor y profesor)
Antes de llegar a ese punto, habría que haber puesto los medios necesarios para evitar las faltas de ortografía, cosa que no siempre se hace con la debida eficacia. Ahora bien, alcanzado ese extremo, y establecida la diferencia entre faltas y lapsus, las faltas deben penalizarse en todos los casos, bien con la disminución de la nota, bien con el suspenso, pues a fin de cuentas denotan una madurez expresiva deficiente.

38 Ralph del Valle (escritor y editor)
Debería aprobarlo. Es más, si demuestra un buen conocimiento específico en su área, debería subir su nota aún más. Estamos aquí, en la universidad, para formar profesionales del futuro. Profesionales con salidas. Si logramos un arquitecto que consigue que no sea caiga lo que construye, qué nos himporta una hache de más o de menos. Si sacamos de toda esta promoción de Derecho a un futuro juez, qué más da que no sepa redactar los autos. Lo importante es que todo siga funcionando. Los semáforos, la cadena de distribución de los supermercados, la producción industrial, los bienes de consumo. La ortografía es sólo una convención para que la gente se entienda entre sí. Y la gente no necesita entenderse entre sí. Es mucho mejor que interactúen en la distancia, con la asepsia del 4G y la pantalla. Apenas un movimiento en la superficie, en lo intrascendente. Que firmen un change.org en un click, pero que no sepan lo que es una manifestación. Seamos prácticos: quién va a las manifestaciones. A quién le importa una hache de más o de menos.

Y así, es como tiramos a la basura nuestra civilización.

39 Felipe Samarán Saló (profesor universitario)
Sus-pen-so Si el mejor cirujano del mundo me dice que me escribe una nota médica en la que (suponiendo que entienda su letra) dice: «El paziente deveria operarse de hapendizitis». El resultado sería que NO ME OPERARÍA CON ÉL. Del mismo modo que entiendo que nadie dejaría hacer su casa por un arquitecto que no sabe encontrar el «orizonte» ni se sentiría seguro volando con un piloto que diga «zeñorah y zeñoreh, apretense bien er cinto, que en na y menoh eschamoh a volá». Educación integral implica que desde la forma de vestir, a la forma de hablar o escribir, son relevantes. Y quien no tuvo tiempo de aprender a escribir, antes de seguir en su camino personal debe hacer una ineludible pausa y ponerse al día de su educación superior.

40 Miguel Ángel Zapata (escritor)
La ortografía como arma cargada de futuro tiene, me temo, la pólvora mojada. El tuiteo y retuiteo, la celeridad de los estados de Facebook y la elipsis informativa conspirando contra la corrección ortográfica. Si un futuro profesional no va a dedicar sus horas a elaborar documentos escritos que otros tengan que ponderar, quién es el ámbito académico para castrar su currículo. Que sea la propia vida la que subraye sus carencias lingüísticas. Yo ya no creo en el aleccionamiento punitivo, sino en el autodescubrimiento del individuo en el espejo del mundo y de los otros. Que lean ellos, es decir, los que quieren y deben hacerlo. La utopía de una sociedad ilustrada es irrealizable ya hoy. Siento ser tan taxativo.

41 Juan Fernando Sánchez (corrector de textos y traductor)

Manejar bien la lengua propia es de lo más importante en la vida. La correcta ortografía, como se sabe, funciona como tarjeta de presentación.

Sobre la pregunta que nos haces, cabe objetar que dependerá de la asignatura o de la carrera… Que un ingeniero que diseña puentes escriba ‘habrir’ no es tan grave si los puentes no se caen. Ahora bien, ¿contrataríamos a un ingeniero a quien no conocemos basándonos en una carta o en un informe suyo lleno de agresiones a la ortografía? Entre esa opción y la de otro ingeniero igualmente desconocido, con similar bagaje o historial técnico pero con una escritura más cuidada, es probable que optásemos por el segundo.

Creo además que un profesor no ha de limitarse a impartir conocimientos; sea cual sea el nivel que imparte, tampoco está de más que procure educar (en el más amplio sentido del término). Se trata de formar ciudadanos lo más completos posible: payasos de circo, médicos, profesores, veterinarios, ingenieros, fontaneros…, pero sobre todo personas útiles a los demás.

Con estas bases, y dado el escenario planteado o uno similar, no hará falta que diga más…

42 José Luis Vicent  (escritor)

Para ser breve, yo diría  que un profesor puede ser ocasionalmente benévolo con ciertas  faltas de ortografía; pero en el caso que nos depara la pregunta uno se pregunta cómo ha sido posible que dicho alumno haya conseguido llegar hasta la universidad… Evidentemente que no podría darle un aprobado.

43 Mario Salado (escritor)
En mi opinión sobre el caso que expones, te diría que para mí la ortografía es FUNDAMENTAL. Ahora bien, sí imagino circunstancias que pueden rodear las condiciones de ese alumno, me plantearía lo siguiente:
Si la asignatura no está directamente relacionada con aspectos ortográficos, daría los siguientes pasos:
–Daría su nota íntegra al alumno en dicha materia para la que se ha examinado.
–Me sentaría con el alumno para preguntarle sobre el examen, iniciando la conversación por los aspectos propios de la materia, y terminando con los aspectos ortográficos para sondear acerca del problema. Etapas de sondeo, detección y reflexión, en la que sea él mismo quien sea consciente de sus errores y/o posibles causas.
–Si hemos detectado las causas, le propondría que diseñara propuesta/medidas a tomar para corregirlo
–Le pondría un reto para su próximo examen, en el que esos errores ortográficos puntuarían como negativos (Ej. Tipo fórmula de corrección de examen tipo test)

“Puedes ser muy buen científico, matemático o historiador, pero si no manejas la herramienta fundamental para comunicar tus conocimientos, no conseguirás que los demás sepan interpretarlos y utilizarlos” Fdo.: El lenguaje y la ortografía.

44 Alma Leonor (licenciada en Historia)
Cuando mi hijo estaba aprendiendo a escribir en su escuela, tenía yo que corregir las faltas de ortografía que me encontraba cada día en su cuaderno de clase. Terminamos por hablar con el profesor quien nos explicó que “esa era una cuestión para el curso siguiente“… él solo enseñaba a escribir, lo de corregir no era asunto suyo.

Reconozco que yo cometo muchos “leísmos” y algún que otro error de concordancia entre verbo, sujeto y predicado (algo que, según mi profesor de latín, dificultaba mi aprendizaje en su materia), pero tuve la grandísima suerte de haber contado en mi etapa escolar con unos profesores que desde el primer día me enseñaron a escribir correctamente todas las palabras y a unirlas debidamente en una redacción o comentario de texto. Y también puedo decir que tuve la suerte enorme de tener unos padres que me animaron a leer muchísimo desde niña, con lo que mi vocabulario (y luego el de mi hijo posteriormente, para mi satisfacción) siempre ha sido más amplio y rico que el de mis compañeros de clase y aún de Universidad.

Hace muchos años, un alumno universitario de la Diplomatura de Educación Primaria me preguntó cómo se escribía la palabra “bedel”, si con “b” o con “v”… Le respondí con otra pregunta ¿Tú en que colegio quieres trabajar? Era, más que nada, para asegurarme de que no llevaría a mi hijo al centro donde ese chico acabara trabajando.
A lo largo de mis muchos años en la Universidad he llegado a comentar con varios profesores este tema. Los de Matemáticas se lamentaban de las amargas quejas de los alumnos por incluir conceptos muy difíciles que, según ellos, necesitaban de un refuerzo en una academia privada, mientras el profesor les demostraba, tras cada examen masivamente suspendido por la clase, que eran problemas sacados del temario del último curso de secundaria o de bachillerato. Los profesores de Lengua Española eran los peor valorados en todas las encuestas. Ellos no es que suspendieran a un alumno por las faltas de ortografía, es que al encontrarse con la primera, dejaban de leer el examen.

En mis clases de Historia eran muchos los profesores que advertían al principio de cada curso que los exámenes con faltas de ortografía, o con una redacción pobre, restarían puntos (algunos directamente anunciaban que suspenderían), con el consiguiente estupor y protesta de mis compañeros. Yo no lograba entender la razón de semejante alboroto ¿Es que en un curso de universidad aún existían alumnos preocupados por la ortografía y la gramática? Pues sí. Existían. Y podía darse el caso de que los que suspendían por ese tema llevaban el asunto ante un Tribunal Universitario que podría llegar a determinar que el alumno debía ser aprobado si quedaba demostrado que sabía la materia. El profesor quedaba en “bragas”… una vez más.

Una vez una profesora de Universidad me contaba, muy apenada, que una alumna le había pedido cambiar el día de un examen porque tenía una boda en la fecha programada “Puedo adelantártelo unas horas”, fue su respuesta. Pero la alumna alegó que a primera hora “tenía peluquería”. La profesora terminó por cambiarle el examen, al igual que otra profesora cambió la hora del examen a toda una clase porque estaba programado a las cuatro de la tarde de un día de junio y a esa hora la gente, mayoritariamente, quería “ir a la piscina”.

Confesé a esa profesora que yo nunca podría ser profesora universitaria porque no entendía, ni admitía, que mi labor se tuviese que limitar a tratar a los alumnos como si fuese su “madre consentidora”. A lo que ella me respondió que en la Universidad no se trataba así a los alumnos, no como madres consentidoras, no… sino “como abuelas aduladoras”. Tal era el nivel de claudicación que los profesores universitarios habían llegado a adoptar con respecto a los alumnos. En cierto modo se notaba miedo a que las evaluaciones de profesores universitarios resultasen negativas. Con esas evaluaciones por medio (que yo siempre me negué a realizar), se notó un mayor índice de cumplimiento de todas las tiranías impuestas por los alumnos y un menor nivel de exigencia académica por parte de los profesores. Todo para no obtener una mala calificación, lo que consecuentemente perjudicaba a los alumnos, aunque la mayoría de ellos no quisieran admitirlo.

Hoy leo en la prensa que padres y profesores están debatiendo “en profundidad” el “peliagudo” tema de los deberes escolares para casa. “Un niño debe jugar”, dicen. Yo digo que un niño es una persona que está en la etapa de aprender a comportarse como tal para el futuro. Si de niño no se le corrigen las faltas de ortografía porque eso corresponde a otro curso, y no se le inicia en el deber de realizar tareas porque está en edad de jugar… ¿cómo exigirle en los niveles superiores educativos que su preparación sea tan adecuada como para que un profesor no tenga que plantearse cambiar un examen por un día de peluquería, rebajar el nivel de exigencia docente, o simplemente debatir si suspendería a un alumno de cualquier materia por un error gramatical en el examen?
Sencillamente no debería darse el caso siquiera de tener que plantearse la duda. Pero respondí a esa pregunta en algún enlace… Yo le daría otra oportunidad al alumno infractor gramatical para realizar un examen correcto. Lo haría aunque el fallo no hubiese estado en la ortografía. Pero suspendería al profesor que le enseñó lengua española en la infancia. Y por supuesto, suspendería in eternum al sistema educativo que lo ha propiciado, o aquel sistema que no considere los deberes escolares una parte más de la labor educativa.

Aunque una cosa digo… Un alumno con errores ortográficos en un examen solo tendría una oportunidad de enmienda si yo le examinara… Solo una. Y por cierto, por si aquel alumno de la Diplomatura de Educación Primaria lee esto, que sepa que “bedel” se escribe con “b”, con “b” de “Burro”… pero para otra vez le digo: búscalo en el diccionario, no le preguntes al propio bedel.

45 Miguel Bravo Vadillo (escritor)
A propósito del tema que nos ocupa, debo comenzar diciendo que casi todos los textos que conforman esta encuesta están mal escritos; algunos, incluso, no hay por dónde meterles mano de puro ininteligibles. Pero nadie puede negar que todos tenemos la fea costumbre de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Seguramente, el mío necesite más corrección que ninguno.

En cuanto a la pregunta que nos formulan, es difícil responder sí o no, sin más. La pregunta clave, en lo que a este asunto se refiere, es la siguiente: ¿por qué un estudiante con esas faltas de ortografía ha llegado a la universidad? La respuesta está en las fallas del sistema educativo (esto también puede traducirse como negligencia del profesorado) y en la desidia del propio alumno. Pereza, eso es todo. Por desgracia, en este país sobra pereza y falta imaginación. Así es imposible hallar soluciones a este o a cualquier otro problema.

Todos los profesores (no solo el de lengua) deberían enseñar ortografía en la educación primaria. Ahora bien, tal y como están las cosas, quién nos asegura que un profesor de física sabrá colocar las tildes cuando escriba mecánica cuántica. Si él no sabe ortografía, tampoco la puede enseñar. Es un círculo vicioso, la serpiente que se muerde la cola. Por eso, solo el profesor de lengua enseña ortografía. Aun así, los alumnos de educación secundaria deberían haber aprendido ortografía en primaria, gracias a la denodada labor de su profesor de lengua.

En secundaria, y puesto que los alumnos ya saben ortografía, todos los profesores tendrían carta blanca para restar puntos por las faltas de este tipo cometidas en los exámenes. Pero, volviendo sobre la serpiente que se muerde la cola, el profesor que no sabe ortografía quizá considere que es una cuestión de virtud moral no restar puntos a sus alumnos por las faltas en que él mismo incurre. Dicho de otro modo, antes de quitar un solo punto, el susodicho profesor debería saber qué está bien escrito y qué no; de lo contrario, se pondrá en ridículo quitando puntos por algunas faltas y no haciéndolo por otras que no ha sabido reconocer, o incluso llegaría a quitar puntos por algo bien escrito y pasaría la mano ante auténticas barbaridades (no sería la primera vez que esto ocurre). Como él no sabe, opta por no meterse en camisa de once varas, y permite que sus alumnos sigan su alegre peregrinaje hacia la universidad escribiendo como les venga en gana.

En cualquier caso, debemos reconocer que sería injusto para los alumnos que cursan un mismo nivel de estudios en distintos centros educativos que los profesores de un centro bajasen la nota por cada falta de ortografía y los profesores de otro no lo hicieran. Todos los profesores de este país deberían ponerse de acuerdo en este sentido, y todos deberían tener óptimos conocimientos sobre ortografía, lo cual parece punto menos que imposible. Si un matemático y un químico escriben con faltas de ortografía, por qué no habría de hacerlo un profesor de matemáticas o de química. No olvidemos que los profesores han sido alumnos y, en consecuencia, tienen las mismas lagunas en su educación que los propios alumnos. Después de todo, el profesor y el alumno son la misma persona con tan solo un título de diferencia. Y ese título acredita un supuesto grado académico, pero dista mucho de demostrar su competencia en el uso del idioma.

En la universidad el problema persiste, y ya no tiene solución. Aquí los conocimientos están tan especializados que se deja de lado lo fundamental: la lengua en la que todos nos expresamos y con la que esos conocimientos se transmiten (y debemos dominar aquella para poder transmitir estos de manera cabal). Sin embargo, según parece, nuestros universitarios (sean profesores o alumnos) se sienten más románticos que humanistas, y consideran que el arte del buen decir (el cual no solo se circunscribe a la ortografía), además de coartar la libertad, es una cosa artificiosa y retrógrada. En cambio, escribir como a uno le plazca es signo de autenticidad. Así las cosas, no importa que uno sea un auténtico analfabeto, con tal de que sea auténtico.

Bien, esto en cuanto a los profesores se refiere. En lo que atañe a los alumnos, el problema más grave es que no leen. Ya sé que es un tópico decirlo, pero en este país se publica mucho y se lee poco. Y si un alumno no lee, de ningún modo puede ver cómo se escriben las palabras de forma correcta. Por otra parte, en la universidad casi todo el temario está recogido en apuntes que ha tomado el propio alumno. Este los toma plagados de faltas ortográficas, los estudia tal cual, y traslada las mismas faltas al texto del examen.

¿Qué puede hacer un alumno para poner remedio a este problema? En primer lugar, leer más; y hacerlo siempre con un diccionario a la mano (como aconsejaba Azorín). Y si, aun así, las faltas ortográficas persisten, deberá buscar un profesor particular de lengua que le dé clases de ortografía. ¿No busca profesores de otras asignaturas, como matemáticas o inglés, para reforzar sus conocimientos? Pues lo mismo debería hacer para mejorar su ortografía. Además de esto, aconsejo al alumno que procure tener un poco más de astucia: si no está seguro de cómo se escribe gente, que escriba personas; si no está seguro de cómo se escribe país, que escriba estado; etc. Evidentemente, el uso de un sinónimo u otro dependerá del contexto. Pero considero que toda persona bien nacida en este país no solo tiene el deber de hablar y escribir correctamente en nuestro ilustre idioma, sino también el de ser un auténtico español. Y ser español, amén de un oficio como otro cualquiera, es un oficio de pícaros, me temo. Les recomiendo, por tanto, que empiecen leyendo El lazarillo de Tormes (versión actualizada); así matarán dos pájaros de un tiro.

En conclusión, la base del problema está en el sistema educativo y en la negligencia de los profesores. Pero también el propio alumno es responsable de este desaguisado, ya que tiene una obligación para consigo mismo: aprender a hablar y escribir en su propio idioma (ya se sobreentiende, como he dicho más arriba, que de manera correcta; pues, de lo contrario, no habría aprendido: la mayoría de los españoles hablan y escriben en su propio idioma, pero no en español), y, sin embargo, no pone los medios de su parte para conseguirlo.

Otra cuestión que cabría plantearse, una vez resuelto el problema de las faltas de ortografía, sería la de señalar dónde está el límite de lo que podríamos denominar un escrito aceptable para un alumno universitario. Si exigimos una escritura en la que se respeten las reglas de la ortografía, ¿no deberíamos exigir también una sintaxis correcta, un léxico apropiado, un texto coherente y, en definitiva, una prosa ágil y persuasiva? Porque un solecismo no es menos grave que la ausencia de una tilde, un tiempo verbal mal empleado no es menos grave que escribir n antes de p, una coma mal puesta cambia el sentido de la frase, una mala elocución echa por tierra todo el discurso, etc. Habría que dominar por completo la gramática y, ya puestos, también la retórica (en el mejor sentido de la palabra). Finalmente, solo un Aristóteles –genio multidisciplinar– podría aprobar un examen de medicina o de física.

Por fortuna para mí, yo no me encuentro en la tesitura de tener que decidir el aprobado o el suspenso del alumnado español, siempre víctima de las circunstancias. Eso sí, propongo una solución: que cada alumno se haga acompañar a las pruebas académicas por su corrector de estilo particular, y que este pase el examen a limpio antes de entregarlo. Es solo una solución provisional, claro, porque el problema persistiría. Pero hasta que el alumno pueda hallar una solución definitiva (si acaso tiene el suficiente amor propio), este recurso podría sacarle las castañas del fuego. He dicho amor propio, pero también vale decir amor por las palabras, ya que estas son las herramientas con las que debería formar su espíritu y con las que, sin duda, deberá mostrarlo. Noble propósito, que, como tantos otros, es frenado por la realidad de nuestro mundo materialista.

A este respecto, alguno de los participantes en esta encuesta ha dicho que el profesional que escribe bien inspira más confianza que aquel que lo hace con faltas de ortografía. Craso error. Siempre nos parece más confiable el hombre ingenuo. A su vez, nos parece más ingenuo el hombre iletrado. Sí, amigos, inspira más confianza aquel que escribe con faltas de ortografía, como se supone que hace todo el mundo. Quien escribe bien, en cambio, levanta suspicacias, tantas como quien presume de estar libre de pecado cuando el vicio campea por doquier. En Roma, como los romanos. Y el mundo –como dijo el poeta– es vicioso, aunque nos sorprenda. Así que no debe extrañarnos que todo profesional que se precie se asemeje a una puta, cuyos anuncios cuanto peor escritos están más clientes atraen. Al fin y al cabo, lo importante en este país de pícaros es saber venderse. Alma de mercader es el alma castellana. Y poco importa que la ingenuidad del mercader, como la de la puta, sea fingida: ¿acaso no son las apariencias lo único que debemos tener en cuenta? Ante un texto bien escrito solo cabe hacerse una pregunta: ¿qué turbias ambiciones oculta un espíritu que ha invertido su tiempo en cultivar tamañas futilidades? El buen literato, por respeto a sí mismo y al idioma del que se siente orgulloso, necesariamente hace alarde de su escritura al par que escribe, luego no sabe venderse: justo es que pase necesidad y estrecheces.

En fin, nada más tengo que decir sobre este asunto. Si algún lector no queda satisfecho con la respuesta de hoy, que vuelva mañana. Quizá mañana se me ocurra otra cosa. Y no lo digo en broma, aunque algo de ironía sí que hay. ¡Maldita ironía! Ya sabía yo que acabaría cayendo en mi vicio favorito. Lo mismo le ocurría al bueno de Larra, aunque en él la ironía estaba completamente justificada: ante la imposibilidad de salir airoso de una maraña de ideas, a veces contradictorias, la coartada más elegante es reírse de todo y, sobre todo, de uno mismo. Y, por supuesto, Larra era un hombre de ideas, rebosante de ingenio. Yo, en cambio, soy irónico por defecto de fábrica. En mi caso, la ironía es un vicio (como ya he dicho); en el suyo, una elegante salida del laberinto. Ingenio y elegancia, ¡quién los tuviera!

Por cierto, el señor Larra, un hombre de genio pesimista que se esforzaba cuanto podía por ser un patriota optimista, decidió poner fin a sus contradicciones pegándose un tiro en la cabeza: una forma, como otra cualquiera, de solucionar los problemas (al menos, los propios). Quizá no se trate de una solución imaginativa, pero, desde luego, sí definitiva. Y eso es lo que este país necesita, soluciones definitivas.

45 ** Ernesto Bustos Garrido (periodista)**
Yo no suspendería a un alumno por mala ortografía, nunca. Miexperiencia como docente en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile es que la mala ortografía debe ser tratada como una enfermedad o algo parecido. Son muchas las causas de este mal. Puede ser incluso una dislexia. La mala ortografía proviene casi siempre de la no existencia del hábito de leer. Este hábito se forma primero en la casa y luego en las aulas. He visitado algunas casas donde no he encontrado un solo libro. ¿Cómo se le puede exigir a los niños y jóvenes de esa familia que escriban correctamente? Los padres y los familiares más cercanos juegan un papel muy importante en acercar al niño a los libros. Aparte de la lectura, es importante el ejercicio diario de escribir y de tener a mano un diccionario. Yo lo tengo aquí a mi lado, pero siempre existirá el riesgo de escribir con faltas. He leído que la RAE ha realizado algunas modificaciones en la escritura y que habrá más en el futuro. Que el fin es simplificar las cosas. Yo no estoy muy de acuerdo con este enunciado.

Me costaría mucho suprimir acentos y puntuaciones. El castellano es un idioma complejo. Mis hijos ayer y mis nietos hoy no entienden por qué hay palabras que se escriben con hache y que esta letra no se pronuncia. ¿Por qué tenemos dos letras para un mismo sonido? Me refiero a la doble ele y a la i griega. ¿Qué hace la doble ve (w) en nuestro abecedario?

Con la persona que escribe con faltas de ortografía debemos actuar con tacto, pero a la vez con energía. «Chicote y chocolate» como decía mi abuela Mercedes. En el supuesto caso del examen, lo aprobaría, pero con la nota mínima y la advertencia de que a la próxima recibirá tarjeta roja o un insuficiente.

46 Iván Teruel Cáceres (profesor de lengua y literatura)
“Si el examen hubiese sido oral, no habría tenido esas faltas». Interesante planteamiento. Lo cual debería hacer que todos nos planteáramos la utilidad de ciertas normas de ortografía (los acentos diacríticos, por ejemplo; aunque cuando la RAE quiere simplificarlas como en el caso de los demostrativos «este», «ese» y «aquel» todo el mundo se le tira encima). La ortografía es una convención. No así la gramática, que tiene que ver con el engranaje más profundo de la lengua. Como profesor de lengua y literatura, soy más indulgente con la ortografía que con la gramática. Y tema aparte merece la cuestión de la dislexia, una realidad bastante desconocida entre los docentes a la hora de evaluar. En todo caso, se trata de una cuestión bastante espinosa, sí.

47 Rafael Falcón Lahera

¡Ja!, no sé. Muchos deben decidirse por aprobarlos, ¿no? Si no, ¿cómo explicaríamos tantas faltas entre licenciados, médicos, profesores, ingenieros? O puede que esté recién llegado de Japón y esté en proceso de aprendizaje del español, lo que tendría mérito.

A propósito de la ortografía tengo dos cosas claras. La primera es que, contra lo que se suele pensar, no guarda relación directa con el nivel de lectura. La segunda es que el problema sólo se resuelve si se escribe en la escuela, cosa que no se hace (texto libre, ficción, ensayo…), y si además es el propio alumno quien se corrige.

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9 comentarios en «¿Aprobarías a un alumno de universidad que escribe muchas faltas de ortografía?»

  1. Perdona, cuál es la fecha de publicación de este artículo??
    Me gustaría citarlos como parte de una investigación, pero preciso de la fecha de publicación.

    Responder
  2. Buenas tardes,me parece bastante interesante este artículo y daré una breve opinión al respecto,como.instructor de un área técnica,debería tener la ortografía y redacción en segundo plano,sin embargo personalmente la exijo como podría un técnico o tecnólogo presentar un informe por más sencillo que fuera a un jefe o una carta o explicación a un cliente si no maneja el idioma,…yo personalmente no desapruebo pero si bajo puntos.

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